Por: Rauf Neme.
Perdón por el estilo, pero hoy la celebración ha sido postergada. Guardemos para otro momento la confianza en los héroes de Kipling y Stevenson. Hoy la emergencia sanitaria está desmoronando varios discursos y revela su ironía trágica. En tiempos de pandemia, todas las cadenas productivas y de servicios están siendo afectadas. Es de esperarse que la actividad editorial también sea una de las más golpeadas.
Al principio de este relato parecía una circunstancia anecdótica que masas de lectores se dirigieran a las librerías para abastecerse de libros para hacer más llevadera la cuarentena. Cumplían lo que había advertido de un modo poco feliz C. S. Lewis sobre los hábitos de la mayoría: los libros como suministros del ocio. Camus estaba en el estante y la advertencia en la página 67 de La peste: “─Dígame, doctor, esta bendita peste, ¡eh!, parece que empieza a ponerse seria”. El doctor lo admitió. Y el otro corroboró con una especie de jovialidad: ─ No hay ninguna razón para que se detenga. Por ahora, todo va a estar patas arriba”. Ciertamente, ese ha sido el curso hasta ahora.
Al medio del relato, las editoriales, bibliotecas e instituciones vinculadas a la promoción del libro han liberado sus títulos para compartirlos gratuitamente y también medir hasta qué punto la posibilidad de continuar la actividad editorial mediante la promoción del libro electrónico es viable en los nuevos tiempos que se avecinan. El libro electrónico ha estado entre nosotros desde hace muchos años y desde su aparición fue catalogado como el posible artífice de la muerte del libro físico. Pero esta muerte nunca se produjo, porque el libro en su formato físico cautiva. Tal vez se deba al aspecto sensorial, al recorrido que realiza el tacto sobre su superficie, el peso sobre las manos como si las ideas revelaran su materialidad o el goce visual que hay en una tipografía cuidadosamente escogida.
En un contexto tan variado como el nuestro, el libro físico representa una posibilidad de acceso a la cultura en zonas donde hay una limitada conectividad y disposición de medios electrónicos. Por ello, la emergencia es más notoria, a pesar de que otras necesidades la ocultan. El rescate de la actividad editorial no es un asunto que atañe a unos pocos, debe ir unido a ese interés que realiza el Estado por salvaguardar el acceso a la educación. No se debe reducir la labor educativa a nivel de la escuela como institución y olvidarnos de aquella escuela que surge del libro.
Celebremos el Día del libro cuando al final del relato de esta pandemia se reconozca institucionalmente que el libro es capaz también de salvar nuestros espíritus y se permita su mayor acceso y difusión. Si no, seremos como los habitantes de Planilandia, autocomplaciéndonos siendo puntos a pesar de que la enfermedad nos permitió por un momento contemplar desde otras dimensiones las limitaciones de nuestra visión.
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El Profesor. Rauf Neme es responsable del Fondo Editorial de la UCSS