Del callejón al corazón del pueblo
Callejón limeño, por Camilo Blas.
Por Kristhian Ayala Calderón
El siglo XIX ha sido fundamental en el surgimiento de las expresiones musicales llamadas criollas. Ya en Lima existía la jarana con zamacueca y otras expresiones afroperuanas. Prueba de ello son las acuarelas costumbristas de Pancho Fierro y la pintura “La Jarana” (1857), de Ignacio Merino.
Basta ver la composición de la población limeña, a fines del siglo XIX, para entender la gran presencia de la población mestiza, indígena y afrodescendiente, y su influencia en el surgimiento de la música popular peruana, luego llamada criolla: El 10% son europeos, el 15% es indígena, el 10% blancos, el 45% mestizos y criollos y el 20% restante se divide entre asiáticos (2%) y negros (12%). (Capelo, 1895).
Para fines del siglo XIX, en la época de la reconstrucción nacional, tras la Guerra del Pacífico y la ocupación chilena de Lima, la música se comienza a manifestar como una búsqueda de la identidad que nace del mismo pueblo.
Caricatura de 1893
Hacia 1893, algunas caricaturas de representan el baile de la zamacueca, de origen afroperuano, como parte de la identidad nacional al burlarse de los políticos de entonces. En algunas puede apreciarse el uso de la guitarra, el cajón y el pañuelo. En esta época, existe ya la clase popular, obrera y un grupo bohemio denominado “La palizada” (alusión al conjunto de troncos que arrastra un huayco y produce estragos), conocido por sus jaranas donde se iba perfilando el vals jaranero y desenfadado.
Caricatura de 1893
Sin embargo, no sería hasta 1900, con el nacimiento del nuevo siglo que se consolidaría el denominado “vals limeño” y el surgimiento de la conocida “guardia vieja” conformada por compositores e intérpretes. El vals comienza a manifestar un estilo propio, limeño, en cuanto a la melodía y el baile.
Con esta consolidación, el vals limeño se comienza a ver como género musical que representa el criollismo, identidad representada por las clases populares menos favorecidas. Así, el vals nace negro y mestizo, como el samba en Brasil, el tango y la milonga en Argentina, y los diversos ritmos latinoamericanos. En Lima, las fiestas de San Juan de Amancaes serían decisivas para el asentamiento de la música popular.
Fiesta de San Juan de Amancaes en 1843, José Sabogal.
En los primeros años del 1900, el vals nace en el callejón de un solo caño y se expande a las calles de Lima, donde, en ocasiones, los músicos eran atacados violentamente a su paso por barrios aristocráticos o ante la presencia de “gente decente”.
Otro factor que favoreció la difusión del vals y la canción popular fue la aparición de las retretas, que conquistaban las calles, desde las glorietas y parques, y eran ejecutadas por bandas musicales de las escuelas o correccionales.
A lo largo de la costa norte y central, tanto el tondero, la marinera, el panalivio, la zaña, la zamacueca y el vals se fueron integrando como una única expresión del llamado criollismo. Nace así la música criolla, que incluye las nuevas influencias en el vals limeño y los otros géneros afroperuanos. De la sierra, sería el yaraví el nuevo género que se incluiría en el repertorio criollo.
Sin duda, los espacios importantísimos en el cultivo de la jarana y el vals fueron el barrio de Malambo, Abajo el Puente (Rímac), Monserrate, Barrios Altos y La Victoria.
Dentro de los varios exponentes del vals limeño podemos destacar a cuatro músicos y compositores nacidos, cómo no, en los Barrios Altos. Felipe Pinglo Alva (1899-1936), autor de un gran repertorio, entre los que destacan la emblemática “El Plebeyo”.
En tanto, Alberto Condemarín (1898-1975) compuso varios valses en su larga vida, de los cuales destaca el famoso “Hermelinda”, dedicado a la esposa de Felipe Pinglo, de quién estaba enamorado, luego de casarse con Pinglo.
A su vez, el dúo de Eduardo Montes y César Augusto Manrique, los populares “Montes y Manrique”, que vivieron gran parte en el Rímac, fueron los primeros en llevar la música criolla al mundo. En 1911 viajaron a Nueva York para grabar sus primeros discos, dando inicio a la época dorada de las producciones discográficas del vals fuera del Perú.
El nacimiento del cine sonoro, la radio y la aparición de la vitrola para la reproducción de discos de vinilo sería clave para la democratización del vals limeño y su aceptación paulatina por la clase alta, aún reticentes a su consumo. Surge la industria discográfica que catapultaría el vals a niveles populares, dentro y fuera del país, hacia 1936.
La aparición de Chabuca Granda y sus composiciones serían un factor unificador de las clases sociales, pues la aristocracia y la burguesía limeña entendieron el vals como una reminiscencia y conexión a un glorioso pasado virreinal, en una Lima alejada de la migración andina; más aun al ver a una mujer blanca, y de la clase alta, promoviendo y enriqueciendo el vals y haciéndolo trascender las fronteras.
Efectivamente, Chabuca Granda logró expandir el vals limeño a todas la clases y consolidar el criollismo como identidad nacional, incluyendo al mestizo, al hacendado y al negro en sus composiciones. “La Flor de la Canela” daría la vuelta al mundo y sería la música peruana más conocida.
Hacia la segunda mitad del siglo XX, el vals fue diversificándose. Aparecen muchos dúos, tríos, conjuntos musicales, integrados por hombres y mujeres no solo limeños, sino provincianos. Se incluye en sus letras al migrante y las reminiscencias andinas. Con todo, es la figura y el talento femenino el que protagonizaría el cancionero popular.
Con el correr del tiempo, el vals peruano se afirmaría en el colectivo como sinónimo de jarana, fiestas en casa y emblema del nacionalismo impulsado por algunas dictaduras.
Su esencia se extiende y acompaña, hoy en día, a la gastronomía, a la religiosidad y al deporte, adquiriendo una categoría de himno nacional, con composiciones como “Mi Perú” hasta el arraigado “Contigo Perú”. El vals ha sobrevivido por la persistencia del espíritu jaranero y popular de los peruanos. Hay valses compuestos en costa, sierra y selva, que hablan del indio, del cholo, del negro, del amor imposible, del despecho, de la soledad, de la muerte, de la comida y de la fe. Y, en parte, sigue vigente gracias al establecimiento del Día de la Canción Criolla, cada 31 de octubre, por el presidente Manuel Prado, en 1944
¡Larga vida al vals peruano!
Bibliografía:
Ayala, Kristhian. La patria en disputa (1892-1896). Lima, 2021.
Borrás, Gerard. Lima, el vals y la canción criolla (1900-1936). Lima, 2024.
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Felicitaciones al autor!
Que buen tema elegido por el autor en una fecha tan especial para nosotros los peruanos en que se celebra la canción criolla. Del vals vienez al vals jaranero peruano con sus adornos de tanguito cortado, ambos hermosos, pero el segundo es nuestro lleva alma, vida y corazón rojo y blanco. Felicitaciones!