Arte y poder

El Mtro. Pedro Soto Canales, Coordinador del Programa en Turismo y Patrimonio Cultural de la FCEH, aborda las manifestaciones culturales y el poder que representan en un país, una cultura y en una sociedad.

Por: Pedro P. Soto Canales


Introducción

No cabe duda -como lo señala la doctora en Filosofía por la Universidad de Navarra, María Inés Migliaccio- que el hombre y la sociedad no pueden elaborar cultura sin tener en cuenta el arte; mucho más, el arte es un testimonio del tiempo presente o pasado, que refleja la cultura de una persona o sociedad. 

De esta manera, la Dra. Migliaccio ubica la cultura y el arte dentro de las coordenadas de la historia (tiempo y espacio). Por lo tanto, cada individuo, cada sociedad, crea, desarrolla y transmite su cultura a su propia generación y a las venideras, a través del arte. 

A partir de lo anteriormente mencionado, propongo dos reflexiones. Primero, el arte no solo ostenta un poder por sí mismo, sino que puede ser utilizado como medio e instrumento de legitimar la autoridad; y segundo, la eliminación intencional del arte de una sociedad trae como consecuencia el riesgo de perder el conocimiento de la cultura y la historia de esta.

Del arte para el “poder”

Desde los albores de la civilización, ha existido una relación fundamental entre el poder político y el arte, cito por ejemplo una sociedad preinca: Chavín de Huántar (1200 – 200 a.C.), en dicha sociedad, el arte -específicamente el iconográfico esculpido en piedra- cumplía la función de trasmitir a quienes lo observaban, los intereses de la clase gobernante, especie de casta de “ingenieros- sacerdotes”. Desarrollándose así, el primer tipo de Estado en los Andes Centrales: el teocrático, el gobierno de los representantes de los dioses tutelares. 

Como indica el Dr. Federico Kauffmann Doig, Los estudios arqueológicos han demostrado que las artes en el antiguo Perú alcanzaron un grado de excelencia, para estar al servicio de la espiritualidad y el gobierno dirigido por las autoridades, como fue el caso de Chavín. 

Este grado de excelencia alcanzado, no era otra cosa que el descubrimiento y adquisición de novedosas técnicas utilizadas por los artesanos, aquellos artistas que esculpieron las piedras (cabezas clavas, monolitos, etc.) usando una tecnología que no era conocida por el poblador común, dando ello la sensación de estar frente a “algo” desconocido, superior, sagrado y sobrenatural. De esta manera se sustentaba y acrecentaba la autoridad política de la casta, frente a una población subordinada a la misma. El arqueólogo Luis Guillermo Lumbreras, lo confirma en su obra Los orígenes de la civilización en el Perú (1983) al escribir que:

“Las piedras de Chavín fueron pues los fieles instrumentos represivos de esta nueva gestación; con ellas los sacerdotes vieron asegurado su poder y, en consecuencia, su subsistencia. Las piedras fueron los celosos guardianes del Estado incipiente, los medios de dominación”. (p.52)

 No cabe duda, que esa “capacidad creadora y estética” que observamos hasta el día de hoy en las piedras de Chavín, nos recuerdan su función original, como lo describió en 1860 el sabio italiano Antonio Raimondi al denominarlas “iconografía del terror”, pues inspiraban respeto y temor.

Del arte para “olvidar”

Si partimos del punto, en que la cultura es el conjunto de conocimientos materiales e inmateriales que el hombre crea y transforma en sociedad, con el fin de satisfacer sus necesidades tanto individuales como colectivas; solo entonces se podrá comprender, que el arte cumple la función de ser, uno de los medios que trasmite la cultura a las nuevas generaciones.

 De esta manera, se confirma nuevamente lo propuesto por la Dra. Migliaccio, el hombre no puede hacer cultura sin la ausencia del arte, pues este último pasa a ser el registro de la humanidad, conserva la(s) evidencia(s) de lo creado por el hombre. Por lo tanto, si desaparece el arte de una sociedad, también desaparece su cultura.

Basándose en la película The Monuments Men (operacion monumento), la Dra. Migliaccio afirma que, para acabar con un país se debe acabar primero con su cultura (arte), su tradición, su pasado (historia), etc. 

Es justo, la propia historia que confirma lo anteriormente mencionado. Desde la edad antigua, encontramos ejemplos de la destrucción y eliminación del arte y la cultura de diversos pueblos. Citemos por ejemplo la quema de varios manuscritos de la biblioteca de Alejandría por parte de Julio Cesar en el año 47 a.C., acto que fue repetido por el emperador Diocleciano en el año 295 d.C., y en el siglo VII por el califa Omar, este último utilizó los manuscritos de la biblioteca para calentar los baños públicos del Cairo. 

Pero no solamente es la destrucción y la eliminación de la cultura y el arte, sino también el robo de estos, un claro ejemplo lo encontramos en la ocupación de la ciudad de Lima (1881) por las tropas chilenas durante la Guerra del Guano y el Salitre (1879-1883), unido al hurto de obras escritas -conservadas en la Biblioteca Nacional- se encuentra también la ignorancia del pueblo con respecto al valor cultural, así lo demuestra Mariano Paz Soldán (citado por Mendoza: La verdad sobre el saqueo de la Biblioteca de Lima, diario La República) cuando refiere que:

[…] se cargaba carros con toda clase de libros, que se llevaban a casa de los chilenos y de allí después de escogerlos que les convenía, el resto lo vendían en el mercado al precio de 6 centavos de libra, para envolver especias y cosas por el estilo”. (2006, 24 de abril, p.6).

 Finalmente, la indiferencia de las actuales potencias mundiales -como es el caso de Estados Unidos- en uno de los últimos conflictos como fue la guerra de Irak (2003), puso en debate la actuación de varias potencias en salvaguardar el patrimonio cultural de la humanidad, siendo la hipótesis más trabajada, la que sustenta la complicidad de hacer desaparecer los patrones culturales de sociedades, como fue Irak, que en algún momento de la historia fue centro de “Alta Civilización”.

Conclusión

No cabe duda, de que el arte no solamente es un medio para legitimar el poder, sino que por sí mismo tiene un poder propio que se refleja en lo que la Dra. Migliaccio denomina la contemplación y el encantamiento, el arte es un “diálogo” entre el artista y las personas, y en este diálogo se manifiesta información, educación, consumo, en otra palabra: cultura. 

De aquí parte mi propuesta de proteger y salvaguardar el arte y la cultura, ya que por medio de ello interactuamos como sociedad, transmitimos valores en un tiempo y espacio inicial, para posteriormente trascender a otras generaciones, buscando cambiar la coyuntura que se presente con el fin de vivir bien y fortaleciendo la identidad como nación.

 

  • Pedro P. Soto Canales, es bachiller (1994) y licenciado (1996) en Educación en las especialidades de Ciencias Religiosas y Ciencias Históricas Sociales, por la Universidad Marcelino Champagnat. Es también, diplomado en Docencia Universitaria (2004) por la Universidad Enrique Guzmán y Valle; diplomado en Seguridad y Defensa Nacional (2005) por el Ministerio de Defensa y la UCSS. Asimismo, es Magíster en Historia (2017) por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ejerce la docencia desde el año 1992 en los diversos niveles educativos. Actualmente es coordinador del área de Historia y de la carrera profesional de Turismo y Patrimonio Cultural en la UCSS; docente de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología Redemptoris Mater (La Punta, Callao); y candidato al Doctorado en Humanidades, con mención en Estudios sobre Cultura, por la Universidad de Piura. 

 

 

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