“El Papa está tomando una doble perspectiva, habla a la fe, pero también a la razón humana, al pensamiento”.

Descubre la figura y trascendencia del Sumo Pontífice en nuestros tiempos y la celebración de San Pedro y San Pablo, los primeros apóstoles de Jesús.

REDACCIÓN CAMPUCSS

El Vicerrector Administrativo, P. Dr. Giampiero Gambaro, explica y contextualiza la figura del Papa en el mundo, en las naciones, en sus distintos escenarios sociales y políticos. Asimismo, rememora los pasajes en la vida de San Pedro y San Pablo, sus diferencias y similitudes, y cómo la Iglesia necesita de ambos en su historia.

En la historia de la Iglesia, Pedro es conocido como el primer Papa y, a lo largo de veintiún siglos, han existido alrededor de 266 Papas hasta llegar al actual, el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, el Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio).

 

1¿Qué nos puede transmitir la presencia de los apóstoles Pedro y Pablo en la historia de la Iglesia Católica para el contexto actual?

En realidad, el día de San Pedro se celebra el 22 de febrero, con la “Cátedra de San Pedro”, es decir su sede, su cátedra, el lugar desde donde él enseña. Por su parte, el día de San Pablo se celebra el 25 de enero y se conmemora su conversión al catolicismo, la caída del caballo en Damasco, luego de ser un perseguidor de cristianos.  Son personas bastante distintas. Pedro es el primero de los apóstoles, según Mc 1,16, el primero que Jesús llama. Mientras que Pablo es el último de los apóstoles, llamado según consta en 1Cor. ¿Por qué el primero y el último? ¿Por qué el más blasonado y el que entró «tarde»? A Pedro le tomó mucho tiempo entender de verdad lo que estaba haciendo el Señor con Pablo. Pedro negó a Jesús, tal como este lo había anunciado; mientras que Pablo, antes de su conversión, persiguió a la Iglesia, apoyó en la muerte del primer mártir, san Esteban, y entiende su error. Uno era un pescador e ignorante, según se aprecia en los Hechos de los Apóstoles; mientras que el otro era fariseo, erudito, instruido en la escuela de Gamaliel, la mejor escuela del mundo hebreo – era como la Harvard para los judíos – y tenía una buena beca de estudios pagada por su comunidad de Tarso. Uno que sabía hablar 1,000 lenguas, sabía hablar con todos, y el otro que lentamente aprendió a hablar con los que no eran de su gente. Son necesarias ambas dimensiones, se necesita de Pedro y de Pablo, es necesario quien habla con el pueblo hebreo y quien habla con los paganos. Es necesaria la síntesis, el estar juntos. Son necesarios los convertidos, como Pablo, y quienes crecen lentamente, como Pedro. La fiesta de estos santos se celebra para aprender que miles son las maneras, las formas en que Dios se revela, pero una es la fe. Pedro es roca, y Pablo que es un lanzamiento que va más allá, que llega hasta los confines de la tierra. La estabilidad y el movimiento. Se necesita moverse, pero con estabilidad interior, y es necesario estar firme, pero con dinamismo interior.

 

2. ¿Qué representó la figura de Francisco durante la pandemia? ¿Cómo la figura del Santo Padre aportó durante este difícil contexto para la fe y la humanidad?

El Papa Francisco utilizó mucho la Plaza de San Pedro para transmitir su mensaje, ha sido muy audaz. Mi pensamiento va a aquel momento extraordinario de oración, el 27 de marzo del año pasado, en la plaza vacía y bañada por la lluvia, cuando nos enseñó a abrazar el vacío de la incertidumbre y el miedo frente a la pandemia y a darle un nuevo sentido, aunque todavía lo estamos experimentando en nuestras comunidades. La imagen de las iglesias cerradas, la angustia y la dispersión (no es lo mismo ver un centro comercial vacío que una iglesia vacía). Necesitamos abrazar las tinieblas y hacer de nuestras dificultades una oportunidad de búsqueda hacia Jesús. El Papa Francisco nos ayuda a ver una teología de la crisis, porque la crisis no necesariamente es un momento para conjurar, tiene que ser también un momento para abrazar. Él nos recuerda que los grandes protagonistas de la historia de la salvación son personajes en crisis: Abraham, Moisés, Elías, Juan Bautista, Saulo de Tarso, el mismo Jesús. La audacia es aquella que hace de la sombra, de las tinieblas, un lugar teológico, eclesial de preguntas y de búsqueda, un espacio de oración.

 

3. ¿Cuál es la labor del Papa ante los problemas políticos y sociales que se han suscitado?

El Papa está tomando una doble perspectiva: habla a los “discípulos de Jesucristo” y a “todos los hombres, a los intelectuales, a los científicos, a los economistas, …”. Habla a la fe, pero también a la razón humana y al pensamiento. Por un lado, tenemos el llamado a un Sínodo de la Iglesia Universal sobre la misma sinodalidad, que habla a los discípulos. Por el otro habla a todos los hombres con la encíclica Fratelli tutti, la Economy of Francesco, la Declaración sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común (Abu Dhabi, 4 de febrero de 2019) y el creciente compromiso de la Santa Sede en las instituciones multilaterales, como las Naciones Unidas, recordamos que la Santa Sede recién entró en la Organización Mundial de la Salud como observador permanente. Asimismo, Francisco nos muestra a una Iglesia estimulada a abrirse frente a un mundo tentado a cerrarse, el Papa quiere inaugurar un tiempo de “fraternidad intelectual” que rehabilite un sentido alto “del servicio intelectual” en que los profesionales de la cultura teológica, y no teológica, se sientan en deuda respecto a toda la humanidad. Una tarea que la actual condición del planeta –en que el corazón del humanismo religioso y laico se encuentra insidiosamente golpeado por un virus que nos quita el respiro- ha hecho crucial. El Papa pide la honestidad intelectual de la crítica y de la autocrítica, y al mismo tiempo una alianza de testimonios que sepan personalmente exponerse al compromiso de honrar la dignidad de la vida humana en favor de los demás. La fraternidad es un tema serio para la política y el poder, la filosofía y la ciencia: en la fraternidad todo se puede ganar, afuera de ella todo puede ser perdido. El Papa Francisco, en cierta manera ha recogido y sintetizado en la encíclica Fratelli Tutti, este generoso impulso de su ministerio, como timonero de la barca de Pedro, la barca que nos lleva a Jesús. Y no importa si Pedro tiene miedo, como nosotros, en la tempestad, en el famoso texto evangélico del domingo pasado (Mc. 4, 35-41), los discípulos tenían miedo de la tempestad y suplicaron al Señor que despertara y los salve. Su miedo de la muerte fue amablemente tomado por Jesús al reconocer la pobreza de su fe, y aquel miedo no le prohibió atender a su invocación. Así que entendemos como la nuestra invocación ante el peligro contiene siempre una cierta ambigüedad: la fuerza del miedo revela la debilidad de nuestra fe. El Señor nos enseña nuestra parte frágil, pero acoge la parte buena que se dirige a él para ser atendida

 

4. ¿Cómo se vislumbra la Iglesia en un mundo atravesado por la peor crisis sanitaria y económica de los últimos siglos? ¿Qué valores son urgentes en este escenario?

No es suficiente registrar esta pandemia como un paréntesis traumático que se pueda borrar con una terapia de remoción. Hay quien habla de una aceleración del tiempo, quizás de manera rápida ha hecho entrar el futuro en el presente, y nos empuja a una nueva temporada de la historia. Hay también quien ve solo una catástrofe a cámara lenta, una crisis sin fin, un día congelado que no pasa y que nos obliga a vivir día tras día, sin poder hacer grandes pronósticos, un día que parece haya perdido el sentido de la historia. Hay quienes ven en la pandemia solo una agresión sin precedentes, sobre la cual nadie nos había alertado, pero hay quienes, por lo contrario, la ven como una experiencia de la caída de máscaras en que finalmente se ha descubierto la dimensión de una vulnerabilidad que ya pesaba sobre nosotros. La pandemia es una especie de apocalipsis, pero cada apocalipsis es una revelación. El sentido del término griego apocalipsis no es tanto una catástrofe enigmática, sino más bien el de quitar un velo, una capa. Es verdad que podemos definir esta pandemia como violenta, impetuosa, exigente, pero representa, ante todo, la caída de un velo que escondía nuestra visión y que ha sido quitado. Parece una paradoja, pero este tiempo representa una oportunidad para ver mejor, para madurar una visión, como humanidad y como Iglesia, para celebrar una nueva alianza, un nuevo pacto con la historia. Creo que hay cuatro llamados a la audacia, pues pienso que este es un tiempo que desafía el coraje de ser cristianos, una audacia de seguir el Evangelio, no en un tiempo idealizado, sino en un tiempo real. La primera audacia, en tanto, es aquella que propicia la vulnerabilidad como lugar de la experiencia humana y creyente. Nosotros nos encontramos tan desprevenidos de frente a esta pandemia, además, porque nuestra cultura -la cultura dominante- rechaza la fragilidad y la vulnerabilidad como un recurso, las mira siempre como un obstáculo, como algo que no se puede enfrentar. Dentro de la Iglesia podemos decir que no somos tan distintos, porque parece a menudo que nuestra performance religiosa está dirigida de acuerdo a un guión. Se trata de la audacia de habitar la vulnerabilidad como espacio de oportunidad para la celebración y la experiencia de la fe. Y, a su vez, tenemos la segunda audacia, aquella que hace de la sombra, de las tinieblas, un lugar teológico eclesial de pregunta y de búsqueda, como hemos visto en el testimonio del Papa Francisco en los momentos de oración, para toda la humanidad, en la solitaria Plaza de San Pedro. Esta es la audacia de la búsqueda. La pandemia pone a la Iglesia en crisis sí, pero crisis positiva para redescubrir el capital de esperanza, este recurso de vida que son nuestras preguntas. Así llegamos a una tercera audacia, aquella en que nos redescubrimos como constructores de comunidad. Una de las cosas más importantes en esta pandemia es que hemos descubierto qué significa estar juntos, las conexiones de un cuerpo social, la interdependencia entre todos nosotros. Hemos entendido la conciencia dramática, tomando distancia, protegiendo las caras, hemos interrumpido besos y abrazos, estamos entendiendo un nuevo sentido de comunidad. Nosotros – conscientes o no conscientes– siempre estamos construyendo comunidad, somos protagonistas y arquitectos de comunidades. Finalmente, una cuarta audacia, nos invoca a hacer de este tiempo vulnerable, frágil, ambiguo, contradictorio, un tiempo para madurar una nueva visión, un tiempo para mirar a los lirios del campo (Mt 6,25-33), y para entender de qué cosa nos alimentamos. Estamos entendiendo que hemos estado comiendo demasiados alimentos falsos, contrahechos, de muy baja calidad. Nos alimentamos de rutinas, de ideas prefabricadas que no dejan espacio para la escucha y caminos de descubrimiento. En tal sentido ¿Qué significa ser capaces de observar a los lirios del campo y los pájaros del cielo? Significa asumir una visión, una actitud contemplativa ya que en este tiempo tenemos la necesidad de mirar, pero no como lo hacemos habitualmente, donde la mayor parte de las veces muere sobre nuestros zapatos. Estamos desafiados a mirar más allá de los límites, que trascienda el perímetro de nuestras preocupaciones habituales, que nos proyecte más allá de nosotros mismos, es un tiempo propicio para la investigación.

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