Hacia una Cultura del Cuidado

Una reflexión sobre el cuidado al prójimo, el amor y la humanidad en tiempos actuales por el Padre Giampiero Gambaro.

Fuente: mccmurgia.org.

P. Dr. Giampiero Gambaro OFM. cap.

“Como todas las madres, María lleva en su vientre la vida y, así, nos habla de nuestro futuro. Pero al mismo tiempo nos recuerda que, si queremos realmente que el nuevo año sea bueno, si queremos reconstruir la esperanza, hay que abandonar los lenguajes, los gestos y las decisiones inspiradas en el egoísmo y aprender el lenguaje del amor, que es cuidado. Cuidar es un lenguaje nuevo, que va contra los lenguajes del egoísmo.  Este es el compromiso: cuidar nuestra vida —cada uno de nosotros debe cuidar de su propia vida—; cuidar de nuestro tiempo, de nuestra alma; cuidar la creación y el ambiente en el que vivimos; y, aún es más, cuidar a nuestro prójimo, a aquellos a los que el Señor nos ha puesto al lado, como también a los hermanos y a las hermanas que están necesitados e interpelan nuestra atención y nuestra compasión.” (Francisco, Ángelus, 1 de enero 2023)[1].

 

No es moralismo
El cuidado es el origen de lo humano en el hombre. Así lo cuenta un mito creado por Platón. Cuando el dios Chronos (Tiempo), que todo lo cuidaba para los vivos, tuvo que retirarse de los asuntos humanos debido a la inversión del curso del cosmos, los hombres quedaron abandonados a sí mismos y tuvieron que “cuidarse por su cuenta”. Cuando se confía el tiempo humano a cada uno, este toma el nombre de Cuidado (ya no somos del Tiempo sino que tenemos Tiempo). En la narración cristiana, incluso el Eterno se hace Tiempo (carne) y se confía al cuidado de una madre, de un padre y de un pueblo: incluso Dios, si entra en la historia humana, necesita ser cuidado, y así él mismo se convertirá en alguien que cuida. Estar “a tiempo” significa “ser para cuidar”. No se trata de moralismo, sino de la forma humana de vivir: no nos preocupamos por los demás porque los amamos, sino que aprendemos a amarlos si nos preocupamos por ellos. Para empezar, no quiero a mis alumnos, pero los cuido, y así aprendo a quererlos y los querré en la medida en que dedique tiempo (cuidado) a todos y cada uno. El amor no es entonces algo espontáneo o natural, o un sustantivo, sino un compromiso para que la vida del otro sea más plena, es un verbo. Y no lo hago por filantropía, sino porque me conviene: quien cuida, se cuida, que es como decir que, el que da tiempo recibe tiempo. No es casualidad que el tacto, el sentido del cuidado, sea el único cuyo medio es el propio sentido: la vista quiere luz, el sonido quiere espacio, el tacto necesita … tacto. Tocando soy tocado, cuidando soy cuidado. Tener “tacto” (cuidado) por la carne del mundo, da lugar al amor que necesitamos para poder llamarnos Amantes/Amados en la Tierra. Y cuidar es el don del tiempo limitado que tengo, soy el tiempo hecho carne: cuidar es dar carne, des-cuidar es quitarla.

Por eso, la reciente y sangrienta película de Luca Guadagnino, Bones and All (expresión que significa hasta los huesos), habla de dos chicos caníbales que parecen conseguir no devorarse mutuamente, gracias a que se cuidan el uno al otro. Nada nuevo: ya el conde Ugolino de Dante le mordió la cabeza a su enemigo Ruggeri en el más allá, tras devorar, en el acá (¿espiritual o también físicamente?), a sus hijos encerrados en una torre por su culpa. El infierno más profundo está conformado por hombres que se comen a otros hombres, y el Satán de Dante tiene tres bocas con las que devora constantemente a tres condenados. Nosotros, tiempo limitado que a través del cuidado se convierte en amor, a menudo preferimos pro-curar el tiempo quitándoselo a los demás, “comiéndonoslos”: utilizándolos, manipulándolos, destruyéndolos, creemos “asimilar”, como con la comida, el tiempo que nos falta. Para el hambre de tiempo tenemos dos posibilidades: el cuidado, para dar de comer, o el poder, para alimentarnos y hacer pasar hambre a los demás. Pero el poder sólo da la ilusión de aumentar el tiempo, porque el tiempo y el poder pertenecen a planos distintos de la realidad y que no se tocan: el poder nos hace sentir que controlamos a la vida, pero en realidad no le añade ni un segundo.

 

Evolucionados pero caníbales
En cambio, en el mismo plano que el tiempo –muestran el mito platónico y la narración evangélica– está el cuidado que, al convertirse en amor, hace que el tiempo esté tan lleno de sentido que uno ya no teme no tener suficiente de él. Cuando cuido de mi amada siento que me transformo: su tiempo y el mío crecen y ya no me lo pueden quitar, aunque parezca que lo he “perdido”. Es la paradoja evangélica: “El que da la vida la encuentra, el que la retiene la pierde”. Pero, ¿de dónde sacaré la energía para cuidar sin agotarme? Y además, ¿quién cuida de mí sin cansarse? Cierto no la Naturaleza, ajena a mí, sino el Dios, al que hemos renunciado, acabando por devorarnos en proporciones nunca vistas en el último siglo: nosotros, los más evolucionados y avanzados, nos hemos convertidos también en los peores caníbales de la historia. Dostoievski lo había adelantado: “sin Dios todo es posible”, porque sin ser cuidado, uno no sabe cómo alimentarse. Hemos renunciado al Aliento que todo lo Cuida. Al principio del Génesis, antes de que comience la creación, se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”, y el verbo significa literalmente “empollar”, y las aguas, aún no creadas, son una forma de decir “el caos”. Este Aliento, el Espíritu de Dios, lo “empolla” todo, lo cuida para que se convierta en sí mismo.

¿Esta es sólo una fábula consoladora o hay algo más, algo de verdad en ella? Hay que experimentarlo, para mí éste es el único camino, también porque todos los demás caminos, dictados por el hambre, no funcionan: el éxito, el dinero, el poder siempre tienen “aliento corto” y traen consigo “sobrealiento”. O encontramos tiempo cada día para dejarnos empollar (cuidar), es decir, para recibir ese Aliento eterno e infinito, o seremos los muertos vivientes que no por casualidad pueblan películas, series de TV, videojuegos y novelas. Sin cuidado, la vida no tiene sentido, porque nos morimos de hambre (de tiempo) y sólo sobreviven los más fuertes, es decir, los que más comen. Pero, yo no sobrevivo devorando a los demás, sino porque existe un Aliento Curativo que me ha querido como especial: único e irrepetible. Y así de única e irrepetible quiero que sea mi respuesta, quiero sorprender incluso a Dios, como un jardinero se sorprende de la flor que florece a pesar de que él mismo la plantó. Cada uno de nosotros está llamado a crear, con y para los demás, lo que sólo él puede ser y hacer, como me decía hace unos días una amiga que cuidaba a su bebé de diez días, superando las leyes del tiempo: “Ahora hay y habrá para siempre”.

 

El caos se convierte en jardín
Sólo la colaboración imprevisible con el Aliento, es decir en el Cuidado, da aliento al mundo (se llega a decir que la vida es una cons-piración para hacer otra vida, de ahí surge la co-munidad, que significa de hecho don, en latín munus, común)[2]. Yo, tan limitado, deseo respirar el Aliento que empolla el caos y lo convierte en vida, pues es el Amor-Cuidado el que me transforma en Cuidado-Amor. A través de mí, a través de nosotros, unidos en este Aliento, un trocito de caos (una clase, el espacio en blanco de una página, el miedo de mi amada, el dolor de un amigo) puede convertirse en un Jardín y el tiempo multiplicarse como las semillas en un fruto: en cada bellota se encuentra todo un bosque. Sólo así me siento Amado en la Tierra y Amante de la Tierra. E incluso si, como en la canción de Lucio Battisti, “el universo encuentra su espacio dentro de mí”. Sin embargo, “el valor de vivir, este todavía no existe”. Este valor no es magia, sino el Cuidado: una elección libre de cómo vivir para que el mundo pueda “venir al mundo”. Este coraje es como el de una mujer en la obra maestra de John Steinbeck, Viñás de ira: Rosa de Sarón. Su nombre es un nombre que dice mucho del mundo bíblico: una flor que crece en el desierto, el nombre de la Amada del Cantar de los Cantares, la imagen del alma que Dios ama y que le ama. Rosa que, en la gran depresión americana de los años 30, acaba de dar a luz en medio de mil dificultades, para salvar a un desconocido que se muere de hambre, decide hacerle beber leche de su pecho. El cuidado hace florecer el desierto y crea un mundo inesperado, sorprendente, vivo y hermoso. O devorar(se) o cuidar(se): a cada uno de nosotros se nos pide que elijamos el bando, no hay término medio para “respirar” y “hacer respirar” a este mundo. Y poder decir, al final: nada se ha desperdiciado, todo el tiempo que he tenido se ha convertido en amor.

 

 

 

 

REFERENCIAS:

[1] https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2023/documents/20230101-angelus.html.

[2] Roberto Esposito, Inmunidad, comunidad, biopolítica, en Las Torres de Lucca, Enero-Junio 2010, 101-114.

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