BENDITO TRABAJO

El P. Dr. Giampiero Gambaro nos explica algunos aspectos importantes del trabajo desde la perspectiva de la Iglesia, a propósito del 1 de Mayo.

Por Giampiero Gambaro 

Como punto de encuentro entre el sistema económico y la vida real de las personas, el trabajo sigue siendo una cuestión muy delicada. Para los afortunados que tienen un trabajo, es un pilar existencial. Para todo el mundo, tener o no tener un trabajo marca la diferencia, no sólo en términos de ingresos, sino también en términos de saber lo que uno hace en el mundo. Actualmente, es a través del trabajo que el ser humano aún encuentra una forma concreta de expresar sus capacidades, de medirse con la realidad, de aprender a estar con los demás, de comprometerse con un resultado, y de contribuir al bien común. Más allá de sus aspectos problemáticos, el trabajo nos humaniza, nos ayuda a ser plenamente humanos. 

Hoy nos encontramos en un momento de la historia -no solo de nuestro Perú- en el que los niveles de desempleo y de empleo precario e informal han alcanzado niveles preocupantes. Y en el que generaciones enteras corren el riesgo de ser excluidas sistemáticamente. Ante esta situación, no podemos hacer de la vista gorda. Hay muchas razones para este resultado negativo. Sin embargo, fundamentalmente, hoy estamos pagando la factura de las decisiones imprudentes tomadas en los años pasados, cuando la dinámica expansiva de la globalización, impulsada por la desregulación y la financiarización, puso en cuestión la centralidad del trabajo alcanzada en la fase histórica anterior. Una tendencia general que se acentúa más o menos en los distintos modelos nacionales. 

Actualmente, sabemos que los países que han invertido en educación y formación, que han innovado en el sistema de relaciones laborales, que han aumentado la productividad global, están en mejor situación que aquellos países que han elegido el camino fácil de la explotación laboral, de la precarización del trabajo, de los bajos salarios, del trabajo no declarado informal[1]. Al elegir este camino, el Perú, o una buena parte de él, ha terminado por desvalorizar el trabajo en beneficio del consumo -sin importar las modalidades de producción de la renta que crea ingresos ficticios- y de la ganancia -con la creación de grandes injusticias sociales y la misma reducción de la reinversión de las ganancias, porque como nos recuerda el Papa en la misma audiencia: “Lo que te da dignidad no es llevar el pan a casa, este puedes tomarlo en Cáritas: no, esto no da dignidad. Lo que te da dignidad es ganar el pan, y si no se da la posibilidad de ganar el pan, esta es injusticia social”. 

Seamos claros: en una economía que busque el crecimiento, sólo se pueden crear nuevos puestos de trabajo si se crea valor. Esto significa volver a invertir, creer en el futuro y apostar por las competencias personales, la formación, la investigación y la innovación, con valor y determinación. En este sentido la Biblia, nos enseña a amar la laboriosidad, junto al cuidado y a la sabiduría, cualidades que hacen el hombre confiable (Mt 8,9; 24,45; 25,21), y a tener un sentimiento de confianza en la seguridad del buen éxito como consecuencia de un trabajo bien hecho (Mt 7,24-25; 24,46; 25,29). Pero sin exigir méritos a Dios, porque cada uno debe considerarse a sí mismo como “siervo inútil”, feliz simplemente de haber cumplido con su obligación (Lc 17,10).

El Papa Francisco en Evangelii gaudium, indica que no todos los trabajos son iguales: hay trabajo bueno y trabajo malo, hay trabajo que produce y trabajo que no genera valor, y hay trabajo explotado. Se crea trabajo y se crea riqueza cuando ponemos al centro las habilidades humanas. Es el buen trabajo que crea riqueza así que según el Papa, el trabajo para que sea bueno, para que acreciente la dignidad de la vida del trabajador, debe ser “libre, creativo, participativo y solidario.”[2]
Entonces se trata de pensar no solo a un lugar de trabajo, sino al trabajo como a la actividad creativa fundamental para crear riqueza y bienestar que realiza al mismo tiempo el individuo junto al desarrollo de la comunidad, esto es un hecho cultural. Sin embargo, este es el problema, muchos sacan y en cambio demasiados pocos ponen en juego los recursos a su disposición -que finalmente son regalos de Dios- para hacer crecer el país.

En este sentido como Iglesia denunciamos trabajos inhumanos que se basan en el tráfico de armas, en la pornografía -que hacen ganar la ira de Dios-, en la explotación de los niños, de los jornaleros, trabajos que discriminan la mujer, los discapacitados. Todos estos humillan nuestra dignidad, y humillando la dignidad generan conflictos sociales.
En cambio, el Evangelio nos indica cuales son los trabajos humanos, son aquellos que tienen siempre el otro en sus necesidades como punto de referencia, porque mí ‘yo’ siempre necesita de un ‘tú’. Lucas, en la parábola del buen samaritano nos entrega ocho verbos y acciones necesarias para construir trabajos que sean humanos: lo vio, tuvo compasión, se acercó, vendó sus heridas, echó en ellas aceite, lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada, y al posadero dijo “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”, fíjense que este último octavo es el verbo de la resurrección.

La lucha contra la alienación comienza en nuestro interior: la dignidad del propio trabajo, tan frecuentemente pisoteada hoy en día, radica en saber dar valor a lo que uno hace y cómo lo hace. Ceder en este punto es el primer paso para entregarse a los explotadores[3]. En Perú -así como en otros países- la parte de la economía que funciona y crece, adopta un modelo no muy distinto al indicado por el Papa, donde no está en el centro la explotación, sino el respeto y la colaboración; no la especulación, sino la producción integral de calidad y valor. El problema es que todavía hay demasiados empresarios que piensan que pueden ganar dinero explotando una mano de obra barata o soñando con ganancias financieras fáciles; y demasiados trabajadores (y sindicatos) que no creen que sea posible ver reconocida su contribución personal de forma justa. Pero, sobre todo, el problema es que lo que impide la construcción de una economía más justa y productiva es la infraestructura institucional: falta una burocracia con reglas claras y funcionales; una negociación moderna capaz de cimentar una verdadera alianza entre empresarios y trabajadores; una fiscalidad que premie el trabajo y la inversión; un sistema de reglas que combata el “fetiche de la liquidez” que, como escribió John Maynard Keynes, al final sólo acaba destruyendo riqueza.

Así, a pesar de quienes no creen que la economía sea siempre una cuestión de “valor” -como nos enseñó Weber-, el discurso del Papa debe tomarse en serio. De hecho, salir de la crisis significa volver a producir valor juntos, a través de una nueva alianza entre la empresa, el trabajo y la política: no por tanto “una renta para todos, sino un trabajo para todos, porque sin trabajo para todos no habrá dignidad para todos”. Este es el camino opuesto al de aquellos que proponen el camino fácil, pero insostenible y fundamentalmente equivocado, del asistencialismo. 

Me gustaría terminar estas pocas palabras sobre la dignidad del trabajo recordando las palabras que rezamos en la misa: “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida”. Homo sapiens sí, homo faber sì, pero antes de todo el hombre es homo adorans. La primera y fundamental definición del hombre, y su dignidad, es que él es “el sacerdote”. Él se encuentra en el centro del mundo y lo unifica en su acto de bendecir a Dios, de recibir el mundo de Dios y al mismo tiempo ofrecerlo a Dios con su trabajo y oración. Llenando el mundo de esta eucaristía, él transforma su propia vida -aquella vida que él recibe del mundo- en una vida en Dios, en comunión. El mundo fue creado como materia -el material de una eucaristía que todo abraza-, y el hombre fue creado como sacerdote de este sacramento cósmico que empuja el compartir porque si todo el universo es de Dios, los frutos del trabajo de los hombres son para todos los hombres[4].

 

*P. Dr. Giampiero Gambaro, Vicerrector Administrativo de la UCSS.

 

 

 

 

 

Referencias:

[1] Dice Papa Francisco: No se tiene lo suficientemente en cuenta el hecho de que el trabajo es un componente esencial en la vida humana, y también en el camino de santificación. Trabajar no solo sirve para conseguir el sustento adecuado: es también un lugar en el que nos expresamos, nos sentimos útiles, y aprendemos la gran lección de la concreción, que ayuda a que la vida espiritual no se convierta en espiritualismo. Muchos jóvenes, muchos padres y muchas madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente, viven al día. Pensemos en ellos. En aquellos que son explotados con el trabajo en negro, en aquellos que dan el sueldo de contrabando, a escondidas, sin la jubilación, sin nada. Y si no trabajas, tú, no tienes ninguna seguridad. El trabajo en negro hoy existe, y mucho. Pensemos en las víctimas del trabajo, de los accidentes en el trabajo; en los niños que son obligados a trabajar: ¡esto es terrible! Los niños en la edad del juego deben jugar, sin embargo, se les obliga a trabajar como personas adultas. Pensemos en esos niños, pobrecitos, que hurgan en los vertederos para buscar algo útil para intercambiar” (Papa Francisco, Audiencia general 12.01.22), https://www.vatican.va/ content/francesco /es/audiences/2022/documents/20220112-udienza-generale.html.

 

[2] Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 192, en https://www.vatican.va/content/francesco /es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html.

 

[3] Véase Papa Francisco, Encuentro con el mundo del trabajo, Génova 27.05.2017, https://www.vatican.va/ content/francesco/es/speeches/2017/may/documents/papa-francesco_20170527_lavoratori-genova.html.

 

[4] Véase San Juan Pablo II, Homilía en el Monte del Gozo, 20 de agosto 1989, en https://www.vatican.va/ content/john-paul-ii/es/homilies/1989/documents/hf_jp-ii_hom_19890820_gmg.html.

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