Los estudiantes de la UCSS vivieron días llenos de belleza, amistad, oración y gratuidad en su peregrinación a Italia.
Fuente: Oficina de Pastoral Universitaria (OPU)

“Peregrinos de Esperanza” fue una experiencia inolvidable que dejó una huella profunda en cada corazón de los 10 estudiantes de nuestra universidad, miembros de la pastoral universitaria que participaron en el jubileo de los jóvenes.
Para sorpresa de todos, el 28 de julio, fiesta de la independencia del Perú, el Papa recibió en audiencia privada a un grupo de peregrinos peruanos, entre los que se encontraban el P. Miguel Carpio, capellán principal de nuestra universidad, quien le saludó de parte de toda nuestra comunidad universitaria. Al día siguiente, junto a nuestro rector, el Dr. Gian Battista Bolis, peregrinamos juntos a la tumba del Papa Francisco en la basílica Santa María la Mayor.

La belleza de Roma y la naturaleza no solo cautivaban la mirada, sino que conducían a descubrir a Otro, presente detrás de todo. Fue un encuentro real con Cristo, una respuesta viva al deseo más profundo del corazón. Las personas que nos acogieron se entregaron con ternura y generosidad, haciéndonos sentir en casa. ¿Por qué lo hacían? Porque en ellas se reflejaba el rostro concreto de Jesús: la Iglesia.
Los días centrales, 2 y 3 de agosto, estuvieron marcados por una larga caminata bajo el sol hasta Tor Vergata. El cansancio amenazaba con imponerse, pero la llegada del Papa León XIV encendió una fuerza nueva en todos. El encuentro borró el agotamiento y renovó nuestro espíritu. En los ojos de miles de jóvenes, provenientes de distintos países, brillaba la certeza de Jesús y una pasión por la vida que recordaba que el verdadero idioma de la Iglesia es la fe.

Las catequesis del Papa fueron un llamado directo al corazón: “Aspiren a cosas grandes, a la santidad; no aspiren a menos”, “Una amistad verdadera está fundamentada en Cristo”, “Uno siempre busca la verdad, la belleza”, “Es a Jesús a quien busco cuando pienso en la felicidad”.
Tras el Jubileo, visitamos Asís, ciudad de San Francisco, que conmovió a todos. Francisco abrazó la Cruz con toda su persona, sin fijarse en sus limitaciones o defectos; simplemente amó y se dejó amar. En ese lugar, rodeados de personas que comparten la misma fe y esperanza, comprendimos que la amistad verdadera nace cuando se camina juntos hacia un mismo destino. Y así, ¡qué bello es vivir como él, rodeados de amistades que comparten nuestro mismo anhelo: buscar a Jesús!

Todo lo vivido en el Jubileo fue un regalo. Sin embargo, no es necesario viajar hasta Italia para experimentarlo: se puede vivir hoy, aquí y ahora, en la Iglesia.

También te puede interesar: