Por V. MARTÍN – CORREO DE BURGOS
En 2017, la ONGD Persona Solidaridad cumplía una década volcada en la cooperación para el desarrollo de los países más desfavorecidos, trabajando junto a entidades y personas para su desarrollo, no solo puramente económico sino también social y humano. Uno de los puntos de acción de esta organización se encuentra en Perú y en concreto en las localidades de Villa Rica y Atalaya donde «desarrollamos diversos proyectos educativos, de soberanía alimentaria, mejora de viviendas, educativos o de empoderamiento», comenta José Antonio Ausín, presidente de la asociación.
El pasado mes de octubre la organización realizó una campaña de visibilización de la pobreza de las comunidades indígenas en la Amazonía Peruana, ‘Los guardianes de la Tierra. Pueblos indígena: Dignidad. Identidad. Territorio’. Uno de los objetivos de esta campaña era hacer ver a los burgaleses que «los problemas de los pueblos indígenas, que aparentemente tienen poco que ver con los nuestros, en realidad son muy similares, hablamos de la pérdida de identidad y de la cultura y la despoblación del territorio, entre otros», comenta Ausín.
Una de las acciones enmarcada dentro de esta campaña fue la celebración de una mesa redonda denominada ‘Identidad y Territorio. Amazonía y Castilla’ en la que participó una de las figuras clave de la Amazonía peruana, Jovita Vásquez, docente de la Universidad Intercultural Nopoki (ubicada en la localidad de Atalaya) perteneciente a la etnia shipibo-conibo.
«Estamos en un momento de pérdida de nuestras tradiciones y nuestra cultura y hablando con muchas personas en esta visita a Burgos siempre surge el mismo tema, que estamos perdiendo nuestra identidad cultural y eso ocurre aquí, en los pueblos burgaleses y en los pueblos indígenas», apunta Vásquez, «mirando nuestro pasado, de dónde venimos y a dónde queremos llegar, podremos ayudarnos entre todos y darnos fuerzas». Esta pérdida de identidad «solo redunda en una mayor exclusión porque nos hace más débiles y susceptibles y eso ocurre aquí y en la Amazonía», expilica Ausín, «no es cuestión de idealizar el pasado pero no puede haber una ruptura radical con nuestras raíces».
Precisamente la organización burgalesa mantiene una fuerte colaboración con la Universidad de Nopoki, conocida como la Universidad de los Indígenas, donde cientos de jóvenes provenientes de diferentes etnias amazónicas acuden para formarse y convertirse en la nueva generación de profesionales bilingües que busca el desarrollo de sus comunidades y de la región y evitar esa pérdida de identidad, de idioma y de cultura.
Vásquez fue una de las primeras alumnas de la Universidad Nopoki. Los comienzos fueron complicados y es que Jovita no hablaba castellano. «Tuve que aprender un idioma que no era mi lengua natal para poder formarme y fue difícil», comenta. Fue en cuarto curso cuando pudo contar con un profesor que hablaba la lengua shipibo- conibo. Esta experiencia permitió a Jovita darse cuenta de «la importancia de mantener nuestra cultura y nuestra lengua como etnia, y también de aprender un idioma como el castellano para fortalecernos pero no para que como cultura mayoritaria nos absorba como pueblo».
En ese punto entró en juego la figura de Monseñor Gerardo Zerdin, que cuenta con una rica historia en favor de la educación intercultural bilingüe en sus más de 30 años de vida misionera en la provincia de Atalaya y conviviendo con etnias como la shipibo- conibo. «Ha trabajado para que las culturas y lenguas de los pueblos indígenas no se pierdan y lo hizo empezando por la educación», comenta Vázquez.
Por el camino «ya se han perdido muchas culturas de la Amazonía y nuestro objetivo es lograr que no se pierdan más y fortalecer las que aún siguen vivas», asegura. Una de las herramientas para evitar que esto ocurra es dotar de recursos educativos a estos pueblos. «Monseñor Zerdín empezó con la creación de las escuelas primarias y de una escuela secundaria en comunidades como shipibo- conibo y se dio cuenta de que esa formación no era suficiente para los jóvenes indígenas», explica la docente.
La primera solución fue enviar a esos jóvenes a seguir formándose en grandes ciudades pero «en ellas perdían sus raíces y muchos regresaban porque no podían enfrentarse al nivel educativo de las ciudades o porque no se acostumbraban a esa forma de vida». Esas experiencias fueron el germen que permitió dar vida a la Universidad de Nopoki. Un espacio que «permitía dar respuesta a las necesidades de los jóvenes indígenas en su propio entorno ofreciéndoles una formación profesional con la idea de ayudar con ellos a sus propios pueblos».
El centro arrancaba en el año 2006 como un espacio preuniversitario con el apoyo del vicariato y, un año después, «comenzó a funcionar con un convenio entre el propio vicariato y la Universidad Católica Sedes Sapientiae de Lima». En esos comienzos «había voces que decían que las personas indígenas no teníamos capacidad para estudiar un carrera universitaria y hemos tenido que luchar para demostrar que no es así, más aún en el caso de las mujeres, que hemos tenido una doble lucha», asevera Vásquez.
Así las cosas, una vez estos jóvenes han finalizado su formación profesional, «el objetivo es que vuelvan a sus comunidades originarias para que sean promotores de las mismas, que devuelvan una parte de todo lo que han recibido».
Dentro de esa formación «se prepara al alumno para defender su cultura, su identidad y su territorio, no deben ser sujetos pasivos en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas», explica Vásquez. En este sentido, apunta que esos jóvenes formados no solo van a ofrecer una educación a los niños de su comunidad sino que «en muchas ocasiones les tocará involucrarse con padres y madres y autoridades, hacer el papel de ‘secretario’ por si alguien necesita hacer un documento e incluso conocer primeros auxilios». Nopoki «no es solo una universidad donde formarse para ejercer, por ejemplo, como profesores sino que ofrece a los jóvenes una formación integral».
Actualmente conviven en esta universidad 537 alumnos de 16 pueblos originarios. La organización se torna, por lo tanto, fundamental. «Si hay un grupo de quince alumnos que habla la misma lengua, cuentan con un profesor que les impartirá las clases en su lengua, pero si son uno o dos alumnos, se incluyen en una clase donde se imparta un idioma de su misma familia lingüística».
Los estudiantes tienen que quedarse a vivir en las instalaciones de la universidad porque las distancias a sus comunidades en el mejor de los casos suponen siete horas de viaje en transporte fluvial y en el peor «hasta cinco días» ya que viven «en pleno corazón del Amazonas». De ahí que muchos de esos jóvenes no regresen a sus hogares hasta que finalizan su formación años después porque «las familias no tienen los recursos para estar yendo y viniendo», comenta Jovita, quien añade que «son muchos los que deciden regresar a casa porque es duro estar tanto tiempo sin su familia, solo los fuertes terminan la carrera».
Nopoki es, por eso, más que una universidad. «Muchos llegan sin ningún tipo de recurso económicos», comenta Ausín. Para mantener y alimentar a todos esos alumnos, la universidad cuenta con espacios productivos como una piscifactoría, huertas, producciones de piña, café y cacao o una carpintería con las que «alimentarse y vender productos para sacar recursos económicos».
La ONG burgalesa conocía la existencia de la Universidad Nopoki en el año 2008 y desde ese momento la organización ha participado en tres proyectos con ella. Son precisamente estas colaboraciones con ONGs las que permiten a la Universidad de Nopoki seguir funcionando y es que «una de las grandes dificultades de los proyectos educativos pasa por conseguir la sostenibilidad», añade Ausín. Al tratarse de un centro privado, la universidad «no cuenta con ningún tipo de ayuda gubernamental, por eso creamos la Asociación Intercultural Atalaya, con la que tratamos de buscan fondos y apoyos para seguir manteniendo la universidad», comenta la docente.
En este sentido, Jovita apunta que la universidad «ha pasado este año por una situación económica crítica y cuando esto ocurre los profesores estamos meses sin cobrar hasta que hay fondos, pero eso no nos impide seguir desarrollando este trabajo humanitario y tratamos de resistir».
Con el vuelo remontado, la organización burgalesa prepara nuevas colaboraciones con Nopoki de cara a un futuro. «Actualmente colaboramos con la Universidad de Burgos enviando a alumnos a algunos de nuestros de proyectos de cooperación mediante becas PPACID, pero aún no ha ido ninguno a Nopoki», comenta el presidente de la organización. «Nuestra idea es que algún alumno de Magisterio pueda ir a las comunidades indígenas a hacer sus prácticas universitarias en un periodo que iría de octubre a diciembre».
El objetivo es «no solo apostar por la cooperación como una herramienta de desarrollo sino que favorezca el intercambio de experiencias, de cultura, de visiones, etc» y es que «el que vaya allí volverá de otra manera y su visión del mundo y de su realidad será distinta, será mejor».