Breaking bad

por MANUEL VEJARANO

Breaking Bad forma parte ya del Olimpo de las series de televisión, de esas que puedes volver a ver y siempre te impresionarán por sus actuaciones, temas, suspenso y las emociones contradictorias que te generan. Si Lost puede llegar a agotar, Breaking Bad te hace verte y ver a los demás distintos. “¿Hasta dónde llegarías por las personas que amas?”.

La serie (hija de Vince Gilligan) presenta la vida, obra y milagros de Walter White, un químico notable que, por azares del destino, termina dictando clases en una escuela secundaria. De pronto, ese mismo destino le da la mayor sorpresa: un diagnóstico de cáncer. A esto se suma el hijo quien, por padecer de una enfermedad, requiere cuidado constante. En la mente de Walter rápidamente se vislumbra un oscuro destino para su familia (con su esposa esperando una hija, incluso). Pero, gracias a esas casualidades, descubre que un antiguo alumno suyo, Jesse Pinkman, vende droga. Entonces, arriesgándose, decide entrar en el negocio hasta juntar dinero suficiente para dejar a su familia asegurada económicamente.

A partir de este momento, las actuaciones de Bryan Cranston (Walter) y Aaron Paul (Jesse) empiezan a construir personajes creíbles en un drama sin igual. Vemos cómo la meta de Walter va en un ir y venir que lo empuja a convertirse en un amo de la droga de la zona. El desarrollo del personaje es realmente impresionante por la complejidad de lo que enfrenta: su familia; es que los mayores obstáculos de Walter serán su esposa y su hijo.

Igualmente, el amor es un concepto que Walter empieza a remodelar y así, dentro del hogar, se convierte en motor y veneno de todo lo que va logrando. El destino de su familia es lo que mueve a Walter a ir bajando en sótanos morales donde encontrará tanto el querido dinero como la desaparición paulatina de sus principios. ¿Qué logra la mirada, gesto y silencio del buen Bryan Cranston? No que justifiquemos lo que hace, sino entenderlo y darnos un poco de miedo al pensar que ese hombre no es un delincuente, pues solo desea proteger a su familia cuando muera… lo que haría cualquiera de nosotros. El problema es buscar qué concepto de amor le ha permitido a Walter validar sus acciones.

La palabra destino (en su acepción más griega, fatum) es la que le da sentido a lo que vemos suceder: Walter estaba “llamado” a ser Heisenberg (su alter ego en el mundo de la droga); sus decisiones son las de un escogido, le permiten “sobresalir” (de mala forma, claro) en un vecindario de clase media donde reina la “normalidad”. Inclusive, esas decisiones pueden hacer caer fuego del cielo (literalmente, y los que hayan visto la serie sabrán a qué me refiero). Asimismo, sus enemigos le temen porque está protegido, muchas veces sin que él mismo lo sepa. Con todas estas características, es fácil etiquetarlo como un antihéroe cuya misión no es otra que la felicidad de su familia, para lo cual cuenta con un arma…la droga.

Es imposible olvidarnos de Jesse Pinkman. Este joven, si bien empieza como ayudante, poco a poco, será también víctima de Heisenberg y sus decisiones. La última temporada, en este sentido, es una montaña rusa emocional que convierte a Jesse en un personaje entrañable por el cual sentimos lástima. Casi lo seguimos con el corazón, mientras que a Walter con la razón. Complemento o no de Walter, es el que permite diálogos que ayudan a entrar en el corazón de ambos. No es solo acción lo que vemos, es un cruce de conciencias que, en su podredumbre, van buscando seguir siendo hombres y, al mismo tiempo, no perder lo conseguido.

Nos encontramos, así, ante una serie compleja en su núcleo pero sencilla de seguir en su forma; poseedora de personajes que se consideraban “pequeños” y que casi sin querer se van convirtiendo en gigantes del delito. Un relato que nos dice que dinero y poder son irresistibles para cualquiera. Así, el Cristal azul, la droga 99.1% pura de Walter, recuerda casi al Anillo Único de El Señor de los anillos (todos la buscan, todos la quieren y harán lo que sea para no perderla). El poder que da se entiende claramente en esta frase del protagonista a su esposa: “No estoy en peligro, Skyler, yo soy el peligro. Si llaman a la puerta de un hombre y le disparan, ¿piensas que ese seré yo? ¡No! Yo soy el que llama”. Una historia que habla de las mil formas de hacer el bien y que demuestra el viejo dicho: de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Aunque también la redención es posible.

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