La siguiente es la versión transcrita de la ponencia del Dr. Gian Corrado Peluso*, “La educación en pandemia: Identidad, memoria y testimonios”, realizada el día 20 de septiembre de 2021, con motivo del Simposium Interfacultades “La Aldea de la Educación”.
“Mi corazón hoy no es sino un latido de nostalgia”
(Giuseppe Ungaretti)
Agradezco a los organizadores de este Simposium Interfacultades de la Universidad Católica Sedes Sapientiae, de Perú. Ante todo, agradezco a Monseñor Lino Panizza Richero, obispo de la diócesis de Carabayllo y Gran Canciller de la UCSS; al rector de la Universidad R.P. Dr. César Antonio Buendia Romero, a la Mtra. María Teresa Briozzo Pereyra, decana de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades. Y no quiero olvidar al amigo Gian Battista Fausto Bolis, vicerrector académico de la Universidad.
Un tiempo inesperado, un cambio profundo.
¿Qué esperanza hay hoy para educar?
En principio tenemos que revisar el contexto de la pandemia y su impacto en la tarea educativa. En este tiempo se han vuelto a despertar preguntas últimas sobre la existencia del hombre, sobre el dolor, las injusticias y la muerte .
La tarea y el papel de la educación es que haya maestros capaces de transmitir esperanza. Decía H Arendt: “Sólo puede educar quien ama el mundo, quien habita en un espacio de sentido”.
Toda la gran tradición y la reflexión educativa del siglo XX documenta esta responsabilidad.
Hace falta, por lo tanto, que un educando encuentre personas que vivan conscientes del impacto con la realidad. La relación con las cosas, los hechos, las necesidades humanas son el camino y la meta para ser adultos y constructores de un cambio profundo.
Recordando los inicios de la UCSS
He aceptado con gusto la invitación a este Simposium, sobre todo por la relación con esta Alma Mater en la cual he sido uno de los primeros actores. En realidad, era y soy espectador de la obra de Otro (en mayúscula), a través de la intuición de Mons. Lino Panizza de crear una casa de estudios universitarios, para los jóvenes de esa nueva diócesis de Lima.
También he sido espectador y admirador de la obra de otros (esta vez con minúscula), de grandes educadores. Entre ellos, recuerdo al inolvidable profesor Andrés Aziani, ejemplo profundo de maestro, de educador y a la Dra. Clara Caselli, primera decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales.
Quiero remarcar cómo esta obra ha nacido por la profunda intuición de Mons. Lino Panizza, quien vio en la educación de los jóvenes el corazón de una civilización y de un país, de un pueblo y, por lo tanto, destacar el valor de este Simposium por los temas que se discuten.
Entonces, decía que he aceptado con gusto la invitación porque antes, como alumno, educando y ahora como docente y educador, la educación ha sido central en mi experiencia.
Permítanme un paréntesis personal. Cuando empecé a asomarme a las aulas del Liceo Científico, como profesor, fue una temporada dramática en la historia de Italia: en marzo de 1978, las Brigadas Rojas, una organización terrorista, raptaba al primer ministro Aldo Moro para matarlo tres meses después. Desde aquella temporada se trató de reconstruir un pueblo.
En tal sentido, me parece que hoy nos encontramos en una encrucijada análoga, no solo a nivel de Italia, sino en todo el mundo, un encrucijada aún más dramática, no por la violencia, sino porque esta pandemia, que nos envuelve, nos hace entender la tarea fundamental y urgente de reconstruir un pueblo, un país, no de los escombros de la violencia física, si no de aquella del no sentido, del vacío, de las grietas por la desesperación de los jóvenes y de muchos adultos ante el dolor profundo por los muertos de esta pandemia y ante la falta de esperanza.
La aldea de la educación
Es central para cada uno de nosotros. Define el horizonte de trabajo que la persona puede desarrollar, en cualquier ambito (familia, colegio, trabajo, etc.), permanentemente: La educación es la tarea de toda la existencia (afirmaba un grande intelectual, Pier Paolo Pasolini: “Si alguien […] te hubiese educado, no podría haberlo hecho más que con su ser, no con sus palabra.”[1]
Cómo no recordar la expresión del Papa Benedicto XVI cuando habló de emergencia educativa, una problemática que ya se vislumbraba en nuestras sociedades, frente a los cambios mundiales por la revolución informática y las nuevas tecnologías, con todas las consecuencias que han llevado. Así fue que en la UCSS, en noviembre de 2003, se organizó un seminario denominado “Frente a la emergencia en la educación: una labor posible”.
Este tema ha sido retomado por el Papa Francisco en un video -mensaje del 15 de octubre de 2020 (por el encuentro “Global Compact on Education Together to look beyond”). Él ha hablado por encima de una “Catástrofe educativa”.
Antes de la pandemia, con el mensaje del 12 de septiembre de 2019, el Papa había invitado a un pacto educativo “para dialogar sobre el modo en que estamos construyendo el futuro del planeta y sobre la necesidad de invertir los talentos de todos, porque cada cambio requiere un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora.”[2]
De aquí brotaba la intenciòn de “promover un evento mundial para el día 14 de mayo de 2020”, que tendría como tema: “Reconstruir el pacto educativo global”; un encuentro para reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión. Hoy más que nunca, es necesario unir los esfuerzos por una alianza educativa amplia, para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna.”[3]
Creo que el marco trazado nos hará entender mejor la fórmula “catástrofe educativa”, utilizada por el Papa, porque, en estos dos años, en todo el mundo, debido a la pandemia, parece que la vida se ha parado y han salido a flote todas las preguntas más radicales del individuo, sobre sí mismo y sobre la realidad en que vivimos.
Las palabras de grandes poetas, como de algunos cantantes, han expresado proféticamente este grito nuestro y de nuestros alumnos. Decía Etty Hillesum: “Siempre tenía ese sentimiento de deseo que nunca pude satisfacer, la nostalgia de algo que me parecía inalcanzable.”[4]
Y un joven reconoce lo que responde a su inquietud, a su espera, por el descanso que experimenta cuando lo encuentra, como diría San Agustín: “ Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.”[5]
Esperanza y recuperación
Escribe Julián Carrón en “¿Hay esperanza?”:
Independientemente de dónde haya nacido, de la cultura que lo haya acogido, todo hombre viene al mundo con una exigencia de sentido, de destino, de absoluto, que en un momento dado ve surgir en sí mismo y con la que, lo quiera o no, se ve obligado a medirse, tenga la posición que tenga. Esta exigencia puede haber sido sepultada bajo los escombros de la distracción, pero ciertos acontecimientos, como la pandemia, perforan las incrustaciones, sacuden del sopor y la hacen aflorar, impidiendo que nos conformemos con una respuesta cualquiera.”[6]
Con la pandemia se ha derrumbado aquel optimismo que persistentemente involucraba a nuestras sociedades, optimismo arraigado a los avances de la ciencia (esta, de por sí, útil). El gran intelectual Edgar Morin, en el principio de la segunda ola, identificaba el final de la ilusión con la palabra “incertidumbre”:
“Hemos entrado en la época de las grandes incertidumbres», escribía, subrayando el carácter multidimensional de la crisis que afecta a la vida de cada individuo, de todas las naciones y de todo el planeta […] Todos formamos parte de esta aventura, llena de ignorancia, desconocimiento, locura, razón, misterio, sueños, alegría, dolor y de incertidumbres”.[7]
La expresión “emergencia educativa” nunca ha estado tan cargada de significado como en estos tiempos de pandemia y de cambios planetarios. Es evidente que con este desafío chocan el escepticismo de los adultos y las heridas de los jóvenes. Hay quien propone superar las dificultades, multiplicando las reglas y las instrucciones de uso; pero estas reglas se revelan cada vez más incapaces de suscitar el yo, de despertar su interés hasta llegar a implicarlo en un camino que le permita crecer.
¿Y entonces? A veces, en unas clases, la sola solución parece conformarnos a un nivel más bajo de propuesta, o de exigencias.
Por ejemplo, me ocurría en algunos cursos de Latín de bajar la astilla de las nociones hasta que un día, parafraseando a Charles Moeller, en clase, leyendo un clásico, textos de Homero, Virgilio o Dante, que habla del amor de Paolo e Francesca: “Entre las cabezas cansadas o aburridas de mis alumnos, alguna mirada se levanta y aparece un brillo: Algo ha ocurrido, interceptando un grito o un deseo o una experiencia personal.”
Proseguía Moeller:
“Debemos ser sinceros. No tenemos motivos para estar orgullosos. Ni siquiera hemos sido capaces de salvar la radiación de los valores elementales de la vida, esos valores a los cuales los jóvenes ansían siempre entregarse, aun cuando no se atreven ya a creer en ellos porque no están seguros de que nosotros creamos del todo en su existencia. La juventud considera “que no apetece jugar en un universo donde todo el mundo trampea”. Nos pide “una causa que merezca la pena” ¿Qué tenemos para darles si los jóvenes no ven brillar en nosotros esos valores, si no los ven imponerse a través de nuestro «testimonio»? ¿Cómo queremos que los hallen en sí mismos? ¿Pretendemos que lo hagan por sí solos? De hecho, la desilusión de la juventud es la propia nuestra. Y si aparentemente sufrimos menos que los jóvenes que resuelven este desengaño, es quizá porque nos hemos vuelto duros y egoístas.”[8]
Cómo no sentir el eco de aquel asombro del gran Cesar Vallejo, cuando exclamaba: “¡Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida! …Ruego a Uds. dejarme libre un momento para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida.” Cuántas veces hemos visto esa explosión de luz, hasta de dicha en nuestra labor educativa!
El gran filósofo francés de la historia, Rémi Brague, afirma que si la crisis es esencialmente antropológica “la solución también estará en la persona”. En tal sentido, retomando una intuición del poeta y filósofo Charles Peguy: “ Las crisis de la enseñanza no son crisis de enseñanza, más bien denuncian crisis de vida y son crisis de vida ellas mismas”, Brague afirma: “Es necesario un nuevo protagonismo de hombres de fe, de ideales, de vida; solo desde el testimonio personal y pasando por el núcleo de la familia y de las relaciones más cercanas, es posible transformar el contexto educativo y cultural”.
En conclusión, si la crisis que estamos pasando ha provocado, usando las palabras del Papa, una catástrofe, la historia y nuestra propia estructura de hombres nos señala la vía por reconstruir.
Memoria: Para no olvidar.
Pero antes tenemos que liberar “la cancha” de un obstáculo: el olvido.
El pasado mes de diciembre, la famosa revista estadounidense Time dedicaba la portada al 2020, escribiendo el número en negro con caracteres de grandes dimensiones y tachándolo con una gran equis roja. Inmediatamente debajo, en pequeño, una frase: “El peor año nunca visto”. Sobre el año pasado se ha puesto una equis simbólica, como queriendo eliminarlo. Pero, como todos sabemos ¡los tres millones de muertos y la crisis que ha provocado la pandemia -cuyos peores efectos quizá no hemos experimentado todavía- no se pueden eliminar! “Esta es la historia de un año que nunca querrás volver a mirar”. Así empieza el editorial de Stephanie Zacharek.[9]
Por ello, no hay que olvidar la famosa frase del escritor español George Santayana: “Aquellos que no conocen el pasado, están condenados a repetirlo”. El punto de arranque ante esta situación es caer en la cuenta de la necesidad de no olvidar el pasado, de hacer memoria, porque lo que nos constituye como personas es la conciencia, es decir, la memoria de lo que somos y de lo que queremos.
Qué dramáticas imágenes nos ha dejado el Papa Francisco en la Homilía de Pentecostés, del 31 de mayo de 2020, en la Plaza de San Pedro (dando voz al grito de dolor y signo de esperanza cuando había cruzado la misma plaza ,solo, el 27 de marzo): “Peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla.”
¿Qué debemos aprender?
Me parece claro que, en primer lugar, es necesario aprender a leer los tiempos.
Para ello, me parece privilegiado poner sobre el tapete ese aguijón de nuestra propia humanidad que hace que uno no se conforme con cualquier cosa, poner delante de nuestros ojos la tristeza, lo que nos desconcierta, la ausencia de certidumbre. “Cada crisis -decía H. Arendt- nos obliga a volver a las preguntas”.
Educar a la realidad, estar delante de lo que pueda suceder.
En noviembre de 2020, en una asamblea online con otros profesores españoles, una amiga de Barcelona cuenta que le impresionó un amigo que había encontrado unos versos de un poeta y se los propuso a sus alumnos solo porque le habían impactado. “Había oído decir muchas veces que “educar es la comunicación de uno mismo”, pero ahí lo vi suceder. Me provocó mucho y me liberó”.
Carrón escribe algo muy certero: “Los chicos siempre se mueven por alguna razón: preguntas, preocupaciones, heridas. Hay que buscar lo que les mueve”. Por su parte, “eso es lo que yo busco ahora continuamente en ellos”, dice la profesora catalana: “Los observo y trato de entender. Es maravilloso”. Así uno descubre de un modo nuevo en qué consiste ser una presencia. “Me he dado cuenta de que el primer punto es mi propia necesidad: estar presente en la realidad, entrar en clase y estar por entero delante de lo que pueda suceder. No es menos difícil dar clase sin verles la cara, pero siempre es una novedad.”
El docente y escritor italiano, Franco Nembrini afirmaba sobre el papel de los adultos como testigos:
“Tenemos que dejar de hacer trampas ¿Es verdad o no que nuestros hijos vienen al mundo con un deseo infinito de verdad y belleza? Ellos nos piden a cada instante que les digamos que la vida merece la pena de ser vivida; pero no basta decirlo. Educamos en cada momento de nuestras vidas, aunque no estemos “enseñando”. Por esta razón, debemos entender de nuevo si para nosotros, adultos, la vida es algo gustoso. O nos atrevemos a descubrir el mundo entero con nuestros hijos o acabaremos infundiéndoles un miedo paralizador. La educación católica se encuentra en esta encrucijada. Ya no valen las recetas. Solo se puede transmitir el gusto por la vida a través del testimonio, solo si es verdad para nosotros.”[10]
Con referencia al desierto, también en su sentido metafórico, existencial, hay una imagen en la Biblia, en Isaías, muy emblemática: De un enorme tronco seco despunta un pequeño brote. Parece nada en comparación con lo demás, es solo lo mínimo, y quién sabe cómo será en el futuro. Nosotros tenemos que mirar la realidad. Mirar lo que hay, el fruto, la flor que brota ¿Es ingenuo usar este método para afrontar cualquier circunstancia? Yo digo que no, porque solo si partimos de un cambio real, por muy pequeño que sea, podemos esperar con respecto al futuro”.
El teólogo Von Balthasar, para explicar la relación que Dios tiene con sus creaturas, vuelve a leer la experiencia más universal para cada uno:
“Cuántas sonrisas, cuántas miradas son necesarias para que un niño pueda sonreír y mirar a su mamá.”[11] (Permítanme citar la famosa serie televisiva Euphoria, que representa el grito dramático de jóvenes de hoy, heridos por la falta de aquella mirada de la que hablaba el grande teólogo; cada uno expresándose con formas y tentativas distintas.”[12]
Construyendo un cambio profundo
Hace falta, por lo tanto, que un educando encuentre personas que vivan conscientes del impacto con la realidad. La relación con las cosas, los hechos, las necesidades humanas son el camino y la meta para ser adultos y constructores de un cambio profundo.
Cierto es que después de más de un año, escribe Carrón, todavía estamos navegando a tientas, sin saber por cuánto tiempo tendremos que hacerlo, aunque, afortunadamente, las señales de una vía de salida resultan cada vez más concretas.
Hanna Arendt, cuando señala que solo puede educar quien ama el mundo, quien habita en un espacio de sentido (sintetizó la parte final del capítulo La crisis de la instrucción, de 1954, en Between past and future[13]), enfoca, con el término amar la cuestión: me atrevo a usarlo por haber superado el peso sentimental, emocional que podría expresar la palabra. “Para poder educar, hace falta amar”, escribió Juan Pablo II[14], porque amar es afirmar al otro, su valor infinito, su libertad.
A su vez, Luigi Giussani afirmaba que “La lucha contra el nihilismo es la conmoción por Cristo vivida”, en la propia experiencia.
Por eso es necesario custodiar la libertad educativa: para seguir proponiendo, para seguir construyendo en el espacio público. En su famosa novela, La peste, Albert Camus representa en Bernard Rieux, protagonista y narrador de la historia, la figura del médico que en medio del desastre testimonia, por su modo de estar, una esperanza.
El antídoto frente a la tentación de huir de la realidad es el de encontrarse con personas como este médico, como muchos maestros y maestras, madres y padres que han acompañado en estos dos años a los jóvenes.
Así comenta el escritor José Ángel González Sainz:
Ese médico de Camus en su labor, su oficio, su hacer cotidiano, su deber, sin ideología, sin teologías, sin idolatrías, sin esperanza, también: no sabe nada de eso, en el fondo, nada más que con su desnudez humana y su oficio y su búsqueda de sentido.[15]
Julian Carrón, en su fundamental texto, La belleza desarmada, enfoca con claridad el fondo de la cuestión, es decir, “quien sea capaz de volver a despertar el punto álgido, el punto candente (decía Cesar Pavese), el yo de los jóvenes- así como el de los adultos-. Este es el desafío que tenemos todos ante nosotros, nuestra generación y las instituciones: La escuela, la familia, la Iglesia, los partidos, los empresarios, todos.
Para despertar al yo de su apatía, del aburrimiento que parece invencible, no basta una lección o un mero reclamo ético (que puede ser útil) o un discurso. Hace falta un adulto que con su vida sea capaz de provocar en los jóvenes un interés por su propia existencia, por su destino. Pero, concluía Carrón, “es difícil encontrar adultos que no sean escépticos.”[16]
Interesante que no se diga de los demás, sino también de nosotros. Si miramos a la historia de nuestra cultura, a las primeras leyendas, como a los poemas épicos (desde Gilgamesh hasta la Eneida) encontramos jóvenes en busca de algo grande, aventureros por encontrar la felicidad, el sentido de la existencia: Qué interesante que esta búsqueda coincida con el reencuentro o la compañía de quien es un padre en el camino, como nos enseña Telemaco, el hijo de Ulises.
Solo un testigo -continúa Carrón- alguien que encarne una forma de vivir capaz de atraer el corazón, de desafiar la razón, de poner en movimiento la libertad, puede despertar ese punto candente, esa exigencia escondida; quien se encuentre con él no podrá sustraerse a su fascinación, al desafío que su presencia introduce en la vida. En este sentido, Pablo VI sostenía que “hoy necesitamos más testigos que maestros.”[17]
En definitiva, hace falta una propuesta viva, un testigo o -con una palabra que hoy no es políticamente correcto usar, pero que resulta decisiva si la vaciamos de las connotaciones con que a veces la percibimos y la usamos en su sentido original, desde el latín “Augere”- una autoridad, es decir, alguien que me hace crecer, que me genera con su presencia.
He aquí una palabra clave de la concepción de educación: Autoridad, palabra tan enfocada de la misma Hanna Arendt, en el texto citado líneas arriba.
Asimismo, dice Giussani:
La experiencia de la autoridad surge en nosotros al encontrarnos con una persona llena de conciencia de la realidad, de modo que se nos impone como alguien revelador, que provoca en nosotros novedad, admiración y respeto. Esta persona tiene un atractivo inevitable, y en nosotros produce una inevitable adhesión. Pues la experiencia de la autoridad despierta en nosotros la experiencia, más o menos clara, de nuestra indigencia y de nuestro límite. Esto es lo que nos lleva a seguirla y a hacernos “discípulos” suyos […] Para responder de manera adecuada a las exigencias educativas de la adolescencia no basta proponer con claridad un significado de las cosas, ni basta que tenga una real autoridad quien lo propone. Es necesario suscitar en el adolescente ese compromiso personal con su propio origen; es necesario que ponga a prueba y verifique la oferta recibida por la tradición.”[18]
La mochila por delante
La hipótesis de significado que se propone debe someterse a la verificación: verificación de su pertinencia a las exigencias de la vida, de su capacidad de responder a todos los desafíos de la realidad. Sin verificación nunca llegarán a hacer suya la propuesta, y corren el riesgo de perderse.
“La verdadera educación” por eso, debe ser una educación en la crítica.
Hasta los diez años de edad quizá el niño puede repetir todavía: lo ha dicho la profesora, lo ha dicho mi madre ¿Por qué? Porque, por naturaleza, quienes aman al niño meten en su mochila, sobre sus hombros, todo lo bueno que han vivido en la vida”; pero, “llegado a cierto punto, la naturaleza da al niño, al que había sido niño, el instinto de tomar la mochila y ponérsela delante de los ojos (en griego –recuerda Giussani– “pongo delante” se dice “pro-bállo”, del que deriva el español– “problema”).
Tiene, pues, que convertirse en problema lo que nos han dicho. Sino se convierte en problema lo que esa mochila contiene: un joven no madurará nunca.
Una vez puesta delante de los ojos, la mochila, el chico mira lo que hay dentro. Siempre en griego, este ‘mirar dentro’ se dice krinein, krísis, de lo que deriva ‘crítica’. La crítica, por lo tanto, consiste en caer en la cuenta de las cosas, no tiene un sentido necesariamente negativo.
La palabra “crítica”, del griego, ‘juicio’ tiene una importancia fundamental en el proceso educativo hoy. Si recorremos las pautas de la pedagogía del último siglo, desde Dewey y todo el pensamiento del personalismo hasta Matthew Lippmann, con su visión del pensamiento crítico.
Continua Giussani:
“El objetivo de la educación es formar un hombre nuevo, por eso, los factores activos de la educación deben tender a que el educando actúe cada vez más por sí mismo y que afronte cada vez más el ambiente [las circunstancias] por sí solo. Por tanto, será necesario, por un lado, ponerle cada vez más en contacto con todos los factores del ambiente y, por otro, dejarle cada vez más responsabilidad para elegir siguiendo una línea evolutiva determinada por la conciencia de que el joven deberá ser capaz de “valérselas por sí mismo” frente a todo. El método educativo de guiar al adolescente a encontrarse de manera personal y cada vez más autónoma con toda la realidad que le circunda debe aplicarse más a medida que el joven se hace más adulto.”[19]
Decisiva será, por lo tanto, la postura del educador: “El equilibrio del educador desvela aquí su definitiva importancia”. Se comprende con mayor claridad cómo la libertad del otro, del niño, del joven, del educando sea el zenit, de nuestra labor.[20]
Escribía el poeta indio, Rabindranath Tagore: “En este mundo aquellos que me aman/ buscan por todos los medios/ tenerme atado a ellos./Tu amor es más grande que el suyo,/ y, sin embargo, me dejas libre.”[21]
El amor verdadero libera porque dice y afirma el valor que tú eres, que un joven es, que cada uno desea volver a reconocer, a través la mirada de otro. Una mirada así deja libres, es decir te entrega a ti mismo, así que pueda crecer la libertad del otro.
*Dr. Gian Corrado Peluso, (Liguria, 1954) Es Doctor en Letras por la Universidad del Sacro Cuore de Milán (Italia). Periodista y profesor de Antropología y Filosofía por la Universidad de San Martín de Porres, desde su llegada al Perú, en el año 1992. Maestro en Educación y Doctor por la Universidad Marcelino Champagnat en 1997 y 2003, respectivamente. Integrante del consejo fundador de la UCSS, Coordinador Académico y primer Decano de la FCEH (1999-2004). Desde su regreso a Italia, en 2005, se dedicó a la docencia y a las actividades culturales con los jóvenes.
Referencias:
[1] Pasolini, P. (1976) Lettere luterane, Einaudi, Turín, p. 44.
[2] Mensaje del 12 / 9 / 2019, Vatican -Va
[3] Ídem.
[4] Hillesum, E. Amsterdam. 16/3/1941, Diario Ed Anthropos, Barcelona, 2016, p. 12.
[5] San Agustín. Les Confesiones, 1,1,1.
[6] Carrón, J. (2021) ¿Hay esperanza?, Ed. Huellas, Madrid, p. 23.
[7] Morin, E. ll potere dell’incertezza, la Repubblica, 1 de octubre de 2000, p. 27.
[8] Moeller. (1946) Sabiduría griega y paradoja cristiana, p. 7.
[9] Zacharek, 2020. “The Worst Year Ever», Time, 14 de diciembre de 2020.
[10] Libertad para educar. Libertad para elegir, Madrid , XXI Congreso de Católicos y Vida Pública 15 -17 de noviembre 2019.
[11] H.U.V. Balthasar. El movimiento hacia Dios, en Spiritus creator, 1972, Bg Morcelliana, pp. 11-47.
[12] Uno de los personajes de la serie Euphoria dialoga con su terapeuta durante la vigilia de Navidad. Jules, que tiene una profunda herida por su identidad sexual y corporal, confiesa que se ha visto castigada por lo que otros deseaban de ella . Cuando dice “Yo” se refiere a algo que no es su yo. Tiene nostalgia de una madre, de una mirada que sea capaz de amarle por lo que es. Pero ni siquiera tiene la seguridad de que su madre la haya mirado así. Jules es tantos jóvenes de hoy que no tienen el coraje de decir yo, porque no han sido engendrados, porque la identidad es una suma de perplejidades. Comenta el director de Páginas Digitales, de Madrid, Fernando De Haro: “En Jules los problemas del individualismo, del colectivismo, se han quedado viejos. No hay más que un fluir, una nostalgia de paternidad y del perdón. Es la herida de este mundo de comienzos del siglo XXI” (Editorial 23/ VIII/2021, Página Digital).
[13] Arendt, H: “En el mundo moderno, la educación es un problema porque, por su propia naturaleza, la educación no puede escapar ni a la autoridad ni a la tradición, mientras que hoy debe expresarse en un mundo cuyas estructuras no están formadas por la autoridad y en el que la tradición ya no constituye el factor cohesivo […] La educación es el momento que decide si amamos al mundo lo suficiente como para asumirlo con responsabilidad y así salvarlo de la ruina, que es ineficaz, estable sin renovación, sin la llegada de seres nuevos, de los jóvenes. En la educación también se decide si nosotros amamos tanto nuestros hijos como para no expulsarlos de nuestro mundo, dejándolos a merced de ellos mismos, cómo no arrancarles su oportunidad de emprender algo nuevo, algo impredecible para nosotros; y prepararlos, en cambio, para la tarea de renovar un mundo que será común a todos.”( Entre pasado y futuro, 1970,212-13).
[14] Juan Pablo Segundo. Parole sull’uomo, ed Bur, 1989, 44.
[15] Gónzalez, J. Diálogo sobre La vida pequeña. Ed. Anagrama, 2021, en Página Digital. Consultada el: 3/9/2021.
[16] Carrón, J.(2016). La belleza desarmada. Ed. Encuentro, Madrid.
[17] Cf. Pablo VI, Discurso a los miembros del Consejo de Laicos, 2 de octubre de 1974.
[18] Giussani, L. (1991) Educar es un riesgo. Ed Encuentro Madrid, 2° ed, p. 76.
[19] Ídem.
[20] A fin de profundizar la idea hago referencia a la ponencia del Dr. Javier Prades “Educación para la libertad”. Primer Seminario internacional de la UCSS, en mayo de 2002, en Lima. Citada en la revista de esta casa de estudios, Studium Veritatis, n.° 3, 2003.
[21] Tagore, R. (1962). Los que me aman, de Ofrenda lírica, en Obras escogidas. Aguilar, Madrid, p. 195.
Muchas gracias por darnos a conocer la importante ponencia del Dr. Gian Conrrado Peluso, más que ponencia es una llamada a la Reflexión para renovarnos y presentarnos como testigos de Esperanza después de haber experimentado la incertidumbre ante la segunda hola del CV 19. Solo la Esperanza empujaba a seguir avanzando creyendo con firmeza que hay razones para ayudar a vivir, porque nuestro testimonio puede ser LUZ para quienes eduquen a la sociedad del futuro.