El P. Dr. César Buendía, Vicecanciller de la Universidad, reflexiona sobre el camino que todos seguimos desde que somos hijos hasta que asumimos la misión paternal en la vocación del maestro y del sacerdote.
Van Gogh, Primeros Pasos. 1890
El día en que el hijo llega a ser padre sabe que lo que sintió con su propio padre ahora lo va a esperar de su hijo. Sabe que lo que fue su padre para él ahora le corresponde serlo a él.
Es difícil la tarea de ser padre. Se trata de intentar, por encima de todo, representar a Dios. Dios es nuestro padre y nuestro juez, el que nos ama, y, por eso, el que no permite el mal en nosotros. Ser padre no es consentirlo todo, sino sentirlo todo y consentir lo que verdaderamente construye.
El padre siente al hijo, siente su amor y su dolor, siente sus pecados y sus esperanzas, siente sus tristezas y sus alegrías, siente lo que siente el hijo. Pero siente también el bien y lo quiere para su hijo. Y por eso no consiente el mal, aunque sienta la debilidad del hijo ante el mal.
Ser padre se aprende siendo un verdadero ser humano, estando de parte del bien, pero también se aprende siendo un buen hijo. El día en que el hijo llega a ser padre sabe que lo que sintió con su propio padre ahora lo va a esperar de su hijo. Sabe que lo que fue su padre para él ahora le corresponde serlo a él.
Péguy lo expresaba de modo magistral. Se trata de un leñador pobre que mientras trabaja piensa en sus hijos.
Está viendo desde el bosque a sus tres hijos, dos hijos y una niña de los cuales él es padre ante Dios y que le van a suceder y sobrevivir en la tierra. Poseerán sus casas y sus tierras o por lo menos sus herramientas de trabajo, si es que eno hay tierras. Ellos harán como él, trabajarán. Heredarán su hacha y su podadera, sus sierras y sus limas y su asada para cavar la tierra. Sus buenas herramientas que le han servido tantas veces y que están acostumbradas a sus manos. Estas herramientas que a fuerza de usarlas les pusieron las manos callosas y relusientes y cuyos mangos con el uso tambiíen volvió él lisos y relucientes.
«Heredarán lo que está por encima de todo: la bendición de Dios que está sobre su casa y su raza, y que está sobre el pobre y sobre el que trabaja y cría bien a sus hijos, porque Dios lo ha prometido y Dios es fiel a sus promesas».
En el mango de sus herramientas le encontrarán a él, de alguna manera, sus hijos. Y con sus herramientas sus hijos heredarán la fuerza de su raza y de su sangre. Pero sus hijos con sus herramientas, con su raza y con su sangre heredarán también lo que está por encima de todo, lo que vale más que una casa y un trozo de tierra, lo que vale más que las herramientas. Heredarán lo que vale más y es más duradero que la raza y la sangre. Heredarán lo que está por encima de todo: la bendición de Dios que está sobre su casa y su raza, y que está sobre el pobre y sobre el que trabaja y cría bien a sus hijos, porque Dios lo ha prometido y Dios es fiel a sus promesas.
Desde el bosque el padre está viendo a sus tres hijos que están creciendo tanto. ¡Qué orgulloso se siente de esto en su corazón!. Ellos ocuparán su lugar sobre la tierra cuando él ya no exista. Ocuparán su lugar en la parroquia y su lugar en el bosque, su lugar en la Iglesia y su lugar en al casa, su lugar en el pueblo y su lugar en la viña… su lugar de hombre y su lugar de cristiano, y de feligrés, de campesino y de padre.
Y el padre piensa con ternura en ese tiempo en que él ya no existirá y en el que sus hijos ocuparán su lugar en la tierra y ante Dios. Ese tiempo en el que cuando su nombre salga a relucir por azar en alguna conversación, ya no será de él de quien se hable sino de sus hijos que llevarán su apellido honradamente ante Dios, con la cabeza alta y orgullosa como él, mejor que él.
Y al pensar en sus hijos que llegarán a ser hombres y mujeres le sube por el cuerpo una gran ternura, un calorcillo y un gran orgullo. ¿Será esto vanidad?, piensa. “Pero bueno, Dios me lo perdonará”. Y el padre se ríe pensando en la cara que tendrán sus hijos cuando tengan barba y piensa con ternura en su hija que será una buena mujer en su casa porque naturalmente será como su madre. Y llora. Y después se ríe avergonzado. Y el pobre hombre que no ha llorado nunca y quiere hacerse el fuerte mira en torno suyo para ver si hay alguien que lo haya estado contemplando o si lo han visto. Y luego riendo para sus adentros se da prisa a secarse esas dos lágrimas sobre sus mejillas y sorbe y limpia con la lengua el agua salada que hay en las comisuras de sus labios.
Sí, en verdad que todo lo que se hace se hace por los hijos. Y son los hijos los que nos obligan a hacer todo como si nos llevaran de la mano. De modo que todo lo que se hace se hace por la esperanza.
Ser maestro es ser padre de muchos hijos. Como ser sacerdote.
«Sí, en verdad que todo lo que se hace se hace por los hijos. Y son los hijos los que nos obligan a hacer todo como si nos llevaran de la mano. De modo que todo lo que se hace se hace por la esperanza».
En la difícil tarea de ser maestro intentemos hacer, con los jóvenes, la tarea de padres. Muy posiblemente, la única verdadera motivación de la vida sea ésa. En los hijos, que los padres y profesores, que comparten con ellos una vida y una esperanza, puedan compartir sus logros y alegrías. En los padres y profesores, que puedan ver en los jóvenes reflejados sus intereses, aquellos jóvenes, aquellos niños, que son objeto de su amor.
Compartir todo es la única forma de crecer. No se crece sin amor, no se crece solo.
Entonces son compañeros los padres y profesores. Compañeros, no competidores. En la sociedad actual sólo vemos a veces denuncias y prepotencias. La humildad, la tolerancia, la comunicación, las alegrías compartidas, casi ni se ven. Y eso ni es justo, ni bueno, ni motivador ni siquiera útil. Donde no compartimos los ideales, la ilusión y la entrega sólo veremos mentiras.
Pero esta Universidad, a la que pertenecemos, no es una empresa cualquiera, no es un simple lugar de trabajo. Es cierto que debe haber logros, pero no es exactamente una fábrica de tornillos. Si en ella se ve lo que se debe ver en una familia, todos pondremos el hombro y la verdad para sacarla adelante. Ninguno vendrá a aprovecharse. No se dará la mentira. E irá adelante. Porque va adelante cuando todos respondemos, verdaderamente, al mismo Señor, que no es la autoridad de la tierra, sino Dios.
Y si no es así fracasará. Y no debemos dejar que fracase este lugar de esperanza.
R. P. César Buendía, Vicecanciller de la UCSS.
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