Por: Cesar Buendía.
Queridos amigos de la UCSS,
El bicentenario es un momento de acción de gracias más que de petición de perdón o de críticas a veces simplemente parciales o anacrónicas.
Demos gracias a Dios por la vida, por el inmenso beneficio de la libertad, por la herencia recibida de nuestros antepasados, por la fe y por el futuro que se abre ante nosotros. Sin embargo, debemos dar gracias a Dios por ser Dios. Demos gracias a Dios porque es Dios el que nos ha dado todo y Aquel a quien confiamos el futuro de la nación y de la Universidad.
Desde el punto de vista que nuestra Universidad defiende, la fe no es un adorno inútil o una ideología que se imponga por encima de la propia racionalidad. La fe es un don, y un don inmenso, que parte de la fidelidad de Dios y de su revelación en Cristo, y que alude directamente al modo de comprender la realidad que somos y nos circunda, así como el modo de enfrentar con esperanza el futuro.
Pero también es una conquista, una conquista necesaria que está imbricada en la propia vida y en la propia educación. Es una aceptación del Otro, de Dios, y del otro, del hermano, del hombre. En este sentido existen valores irrenunciables, que, más allá de lo que a veces podemos comprender cuando nos asalta el egoísmo, fortalecen una educación transida de responsabilidad.
En este sentido, nuestra Universidad apuesta por una vocación de excelencia que no está ausente de los retos de cada día, sino que está atada justamente a aceptar al pueblo real, al nuestro, a los jóvenes que se nos confían, y a elevar con ellos los dos extremos de una verdadera educación: la llamada a la libertad y a la independencia, y la llamada a la colaboración y a la pertenencia al mismo país, ambos extremos unidos en la búsqueda afanosa del bien común, que no está lejos de la libertad y de bien de cada uno, y que no excluye el trabajo y el sacrificio.
Esto incluye también al que no llega, al que posee habilidades diferentes, al que procede de lugares remotos, al que no ha tenido las mismas oportunidades que otros, al que habla otro idioma, es decir, al país real. En este sentido no nos debemos de arrepentir de andar al paso del más humilde. Pero tampoco debemos sentirnos por ello llamados a no ofrecer lo mejor de nosotros mismos y de nuestros mejores esfuerzos y saberes. Eso es la excelencia, que no se mide simplemente o sólo por la competencia ajena, sino por un crecimiento interior y responsable.
En nombre de estos valores, queridos amigos, os exhorto a buscar, con todos los peruanos dignos de este nombre, esa excelencia humana que nos identifica, y que procede de unos corazones que saben ser fieles a la propia identidad y a la propia misión que el Altísimo nos ha encomendado.
¡Viva el Perú!.
Mira el video del rector, aquí: