El amor según Biden y San Agustín

El segundo presidente católico de los EUA cita la cuestión del amor y la nación inspirado en el discurso agustiniano.

Por: Giampiero Gambaro

Joseph R. Biden Jr. es el segundo presidente católico en la historia de los EUA, luego de John F. Kennedy. El Sr. Biden empezó hoy su jornada de inauguración del mandato presidencial asistiendo a la Santa Misa en la catedral católica de San Mateo, en Washington, y casi culminando su discurso de inauguración, el flamante presidente manifestó, a nombre de la nación, la fe en la Providencia de Dios recordando que: “si por la tarde hay visita de lágrimas, por la mañana tendremos gritos de alborozo” (Salmo 30), y comentó, después un momento de silencio en memoria de los fallecidos por la pandemia, que: “Juntos, vamos a pasar, juntos”.

Entre las muchas referencias católicas conocidas en el discurso de inauguración de Biden, una sobresalió como sorprendente: una cita de San Agustín. Dijo el Sr. Biden: “Hace muchos siglos, San Agustín, un santo de mi iglesia, escribió que un pueblo era una multitud definida por los objetos comunes de su amor”[1].

San Agustín fue un sacerdote, obispo, filosofo y teólogo del siglo IV que tuvo un tremendo impacto en el cristianismo occidental, tanto católico como protestante. Una gran influencia tanto en Santo Tomás de Aquino como en Martín Lutero, es considerado Doctor de la Iglesia por su trabajo sobre las Escrituras, la Trinidad y la Gracia, entre otras cosas. También tuvo una profunda influencia en la vida consagrada y religiosa y el ascetismo, a través de su carta que se conoce como la “Regla de San Agustín”.

Procedente del norte de África, era de origen bérbera / púnica y un agudo estudiante y crítico del pensamiento romano y griego, su vida y obra también son un recordatorio de que, desde sus inicios, el cristianismo fue un fenómeno pan-mediterráneo que abarcó muchas culturas del sur como del norte, del este, como del oeste.

Sin embargo, también se le asocia popularmente con la idea de que el cristianismo, y el catolicismo en particular, odia el cuerpo y el sexo. En términos más generales, se dice que a menudo ha considerado que la vida terrena cuenta poco, negando que haya habido alguna vez una comunidad política justa. Interpretaciones superficiales de su trabajo han ayudado a inspirar tanto a los movimientos teocráticos que buscan imponer la Iglesia sobre el Estado.

Aunque tales controversias no se resolverán pronto, no hay duda de que fue un duro crítico de la autoridad política en su época, incluso aprovechando la ocasión del saqueo de Roma en el año 410 d.C. para señalar los muchos fracasos del Imperio Romano en su famosa obra La Ciudad de Dios. Lo mejor que se puede esperar de la política, argumentaba Agustín, es una sombra de paz, lo que él llama “la tranquilidad del orden”. No es fácil, entonces, reconciliar su visión de la política con la del Sr. Biden, o cualquier presidente de los EUA, y mucho menos con su Constitución.

Entonces ¿qué dijo realmente San Agustín? Estas son las palabras de San Agustín citadas por el Sr. Biden: “Si uno debe decir, un pueblo es la asociación de una multitud de seres racionales unidos por un acuerdo común sobre los objetos de su amor, entonces se deduce que para apreciar el carácter de un pueblo debemos examinar los objetos de su amor” (San Agustín, Ciudad de Dios, 19,24). Como el Sr. Pecknold tuitea, el contexto completo de las  palabras de Agustín quizás no sea tan rosado, como el Sr. Biden podría haber sugerido. El “amor” aquí no es un sentimiento sino el objeto del deseo, como en el amor de la vida de uno. Los amores que pueden unir a un pueblo pueden ser mejores o peores, por ejemplo, el odio a un enemigo o el deseo de honor y gloria. Un pueblo puede no estar unido por ningún amor, lo que significa que no es un pueblo. Al examinar la sociedad estadounidense, que acaba de terminar una amarga campaña presidencial, entre opciones tan diferentes como Joe Biden y Donald Trump, uno podría pensar que poco es lo que tiene de unificador y, por el contrario, lo que lo genera es el rencor, el partidismo y la profunda desilusión.

Además, para Agustín solo puede haber dos amores: el amor a sí mismo y el amor a Dios. Si uno de ellos es candidato a ser el vínculo común de América -y del resto del mundo-, no es quizá el último. De hecho, Agustín piensa que la única ciudad orientada hacia el amor de Dios es la ciudad invisible de Dios.

El predecible fracaso humano de contar con tal orgullo lleva al dominio del autoengaño en la política: no solo mentimos a los demás cuando cometemos injusticias contra ellos, sino que nos mentimos a nosotros mismos sobre el mal que estamos haciendo.

Para ser justos con el Sr. Biden, al plantearse la cuestión, se pregunta: “¿Cuáles son los objetos comunes que amamos como americanos y que nos definen como americanos?” El presidente ofrece un conjunto de amores de Agustín: “oportunidad, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y sí, la verdad”. Algunos de estos objetos caen bajo el concepto de “tranquilidad del orden”, y en última instancia la verdad citada por el Sr. Biden tendría que apuntar al amor de Dios para ser digno de ese nombre, aunque el Sr. Biden no hizo referencia a esa conexión.

Notablemente, para San Agustín es el amor a sí mismo, con exclusión de Dios y del prójimo, lo que nos separa del amor de Dios…

Biden también ofreció un diagnóstico de lo que nos ha mantenido alejados de nuestros amores, dijo: “Las últimas semanas y meses nos han enseñado una dolorosa lección. Hay verdades y mentiras. Las mentiras son el precio que cobran el poder y las ganancias, y cada uno de nosotros tiene un deber y una responsabilidad como ciudadanos, como americanos, y especialmente como líderes, líderes que han prometido honrar nuestra Constitución y proteger nuestra nación para defender la verdad y derrotar las mentiras […] Las mentiras son el precio que cobran el poder y las ganancias”, no tiene por qué estar muy lejos de la opinión de San Agustín, aunque el Sr. Biden obviamente no ofreció una disertación sobre el tema. Notablemente, para San Agustín es el amor a sí mismo, con exclusión de Dios y del prójimo, lo que nos separa del amor de Dios, aunque hay un misterio en el orgullo, en el centro de ese mal. El predecible fracaso humano de contar con tal orgullo lleva al dominio del autoengaño en la política: no solo mentimos a los demás cuando cometemos injusticias contra ellos, sino que nos mentimos a nosotros mismos sobre el mal que estamos haciendo.

 

[1] Estas son las palabras de Biden: “Many centuries ago, Saint Augustine, a saint of my church, wrote that a people was a multitude defined by the common objects of their love. What are the common objects we love that define us as Americans? I think I know. Opportunity. Security. Liberty. Dignity. Respect. Honor. And, yes, the truth. Recent weeks and months have taught us a painful lesson. There is truth and there are lies. Lies told for power and for profit. And each of us has a duty and responsibility, as citizens, as Americans, and especially as leaders — leaders who have pledged to honor our Constitution and protect our nation — to defend the truth and to defeat the lies”.

 

 

 

 

 

El R.P. Giampiero Gambaro, es Vicerrector Administrativo y Decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas UCSS. Asimismo, es Doctor en Derecho Canónico por la Universidad Católica de Argentina. Pertenece a la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos (O.F.M. Cap.), la Primera Orden de San Francisco. Además es docente de dicha facultad y autor de suplementos académicos de la universidad.

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