El MEDIO AMBIENTE:
víctima olvidada de guerras y conflictos armados

Laudato Si’

El MEDIO AMBIENTE:
víctima olvidada de guerras y conflictos armados

 

El 6 de noviembre se celebra el Día Internacional para la Prevención de la explotación del Medio Ambiente en las guerras y en los conflictos armados.

Teresa Rubino, Universidad de Bari – Prensa UCSS

Hasta hace unos años, cuando se hablaba de guerra y de conflictos armados, la atención se concentraba en los muertos, los heridos y los daños a las ciudades e infraestructuras. Además de todos estos horrores, todavía hay una víctima olvidada: el medio ambiente. El PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) informa que, en los últimos 60 años, por lo menos el 40% de los conflictos armados ha estallado para la explotación de los recursos naturales: tierra fértil, agua, madera, minerales, diamantes, oro y petróleo.

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Cómo olvidar los así denominados Blood Diamonds, los Diamantes de Sangre, es decir todos aquellos diamantes manchados por la sangre de las poblaciones locales que ven violados, en las fases de extracción y comercialización, sus derechos humanos más básicos. Los responsables de la extracción llegan a cortar brazos y manos de los trabajadores para prevenir el robo de diamantes, lo que les impide dedicarse a desarrollar y cultivar la tierra. Y todo para financiar las guerrillas, invasiones o caprichos del señor de la guerra de turno. Sierra Leone, Sud Sudan, Zimbawe, Liberia, Costa de Marfil, Angola, República del Congo son los países de África más afectados por este fenómeno. De hecho estos países cuentan con un territorio precioso, lleno de florestas, ríos y playas sin igual, pero que no valorizan, pues todos los esfuerzos y extracciones de recursos están relacionados con los diamantes, dejando de un lado la naturaleza y todos los demás recursos.

 

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En el marco de la Guerra del Vietnam, el ejército estadunidense roció un pesticida, llamado agente Naranja, sobre todo el Vietnam del Sur, entre 1961 y 1971. El objetivo era eliminar la vegetación para que los Viet Cong no encontraran escondites. Los efectos de esta estrategia militar se hallan todavía hoy día en las deformaciones de los recién nacidos y en la madera de las plantas; algunas especies de la flora se han extinguido y han desaparecido para siempre; la mayoría de los productos agrícolas está contaminada. El ecosistema y la cadena alimenticia están, todavía, comprometidos.

 
A las 8.15 del 6 de agosto de 1945 los estadounidenses lanzaron una bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima y, tres días después, lanzaron otra en Nagasaki. Hubo millones de víctimas. Edificios derruidos. Templos destruidos. El problema no fue solo la destrucción y la muerte debidas al momento de la explosión, sino su efecto secundario: las radiaciones bajo las cuales toda el aérea estuvo sujeta en los meses y años sucesivos. Hoy en día todavía se ven las huellas de la contaminación: personas con deformidades físicas y el entorno ambiental estropeado, destruido. Las tierras ya no producen ni la hierba espontánea y los frutos y flores son amorfos. En el equilibrio natural, algo se ha roto y no hay forma de arreglarlo.

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En 1990, tiene su comienzo la Guerra del Golfo, mejor dicho la Primera Guerra del Golfo, cuando el presidente iraquí Saddam Hussein invadió el pequeño Emirato de Kuwait, del cual había, precedentemente, reconocido la independencia. Este conflicto es llamado también la Primera Guerra de la Aldea Global, puesto que una coalición de 35 estados se creó bajo la égida de las Naciones Unidas y, guiada por Estados Unidos, intervino para rescatar el Kuwait de la invasión Iraquí. Esta injerencia no ha sido un gesto de bondad o un deseo de participar en la suerte del Kuwait, sino que ha sido guiada por la seducción del oro negro: el petróleo. Desde aquel entonces, todos aquellos países de Oriente Medio fértiles en petróleo han sido violados por las potencias mundiales bajo el nombre de hipotéticas guerras defensivas, como la invasión de Irán por la supuesta presencia de armas nucleares (que, por cierto, nunca fueron halladas) o la de Afganistán e Irak en el marco de la guerra al terrorismo. Todas estas incursiones, además de desestabilizar los equilibrios internos sociales y políticos, han afectado profundamente el territorio. Años y años de guerra, incursiones aéreas, bombas y enfrentamientos armados han dañado la flora y fauna de estos países, tanto como la sobreexplotación de la extracción del mismo petróleo.
 

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Hasta llegar al uso estratégico del agua, fenómeno, hoy en día, conocido porque está pasando en Siria: Alepo, capital económica del país, está dividida en parte oeste, controlada por las fuerzas gubernamentales, y parte este, dominada por los rebeldes. Ambas partes han logrado quitar el agua a los otros. La gente tiene que elegir si comprar agua o comida, porque el dinero no alcanza. Los más pobres están obligados a tomar agua sucia y de eso derivan enfermedades como tifus y salmonella y, tal vez, muerte. El agua, bien común, está siendo utilizada como arma de combate.

 

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En 2001, las Naciones Unidas instituyeron el Día Internacional para la Prevención de la explotación del Medio Ambiente en las guerras y en los conflictos armados, con la resolución 56/4. Así ha declarado Ban Ki-moon, Secretario General de las Naciones Unidas:

«Debemos utilizar todas las herramientas a nuestra disposición, desde el diálogo y la mediación hasta la diplomacia preventiva, para evitar que la explotación insostenible de los recursos naturales alimente y financie los conflictos armados y desestabilice los frágiles cimientos de la paz.»

Cuidar el medio ambiente no es solo una defensa del mundo en el que vivimos, sino una defensa para las futuras generaciones. La tierra es el único legado valioso y verdaderamente irreemplazable que dejaremos a nuestros hijos y su descendencia.

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