Por R. P. Juan Antonio Nureña (Roma, Italia)
Dos grandes eventos para la Iglesia universal han sido fuertemente marcados en la Santa Misa celebrada en la mañana del 19 de octubre del 2014 por el Papa Francisco, con la presencia del Papa emérito, Benedicto XVI, en la Plaza de San Pedro. Uno es la Beatificación del Siervo de Dios, Papa Pablo VI (Giovanni Battista Montini), elevado al honor de los altares. Fue una ceremonia brillante, no solo por la multitud de 70 000 fieles de todas partes del mundo, que abarrotaba la plaza, con más de 2000 sacerdotes y casi 200 obispos que concelebraron con el Papa, sino también por el luminoso sol que acompañó toda la ceremonia, como un día floreciente de primavera. Brillante luz en la tierra y en el cielo, por un nuevo beato intercesor que se une así a la Iglesia triunfante. El otro es la conclusión del Sínodo sobre la familia, que con palabras del Papa Francisco fue hecho “con Verdadera y humilde creatividad” y “para volver a encender la esperanza en tanta gente sin esperanza”.
El Papa ha unido estos dos grandes acontecimientos, porque el mismo papa Beato Pablo VI, quien concluyó el Concilio Ecuménico Vaticano II, instituía también el Sínodo de los Obispos el 15 de septiembre de 1965. El Papa Francisco ha dicho de él en su homilía que este “grande Papa”, “Valiente cristiano”, “incansable apóstol”, “Delante de Dios no podemos decir una palabra tanto simple cuanto sincera e importante: Gracias, Gracias nuestro querido y amado Papa Paolo VI, gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a la Iglesia”.
Ha dicho también el papa Francisco, recordando lo difícil que fue para él la conclusión del Concilio Vaticano II, pero sobre todo sus difíciles consecuencias, que él fue un ”Grande timonel del Concilio Vaticano II”. Pablo VI, anotaba en su diario personal, “que quizás el Señor lo había llamado a aquella tarea no tanto porque gobernase o salvase la Iglesia de las dificultades entonces presentes, porque a Dios le corresponde hacerlo, sino porque sufriera cualquier cosa por la Iglesia”. Y continúa el Sumo Pontífice hablando sobre él: “En esta humildad brilla la grandeza del Beato Papa Pablo VI, que mientras se perfilaba una sociedad secularizada y hostil, ha sabido conducir con sabiduría clarividente y, a veces en la soledad, el timón de la barca de Pedro, sin perder nunca la alegría y la confianza en el Señor».
En esta gran celebración estuvieron algunos jóvenes universitarios. Entre ellos jóvenes que pertenecen a la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana), de la que Pablo VI fue Conciliario nacional. Él fue un sacerdote intelectual y amante de la cultura, amigo de los universitarios.
Al principio de la ceremonia, antes del rito de beatificación, el postulador presenta al Papa su figura, que a continuación describimos: Oriundo de Concesio (provincia de Brescia), donde nació el 26 de septiembre de 1897 en el seno de una familia católica. Su madre lo educó desde niño en una profunda piedad y delicadeza espiritual,mientras que su padre le enseñó a comprometerse con los problemas sociales de su ambiente. Hizo estudios con los jesuitas y fue al oratorio de los filipinos de Brescia hasta ser ordenado sacerdote el 29 de mayo de 1920. Prosiguió estudios de filosofía y derecho civil en Roma, en la Universidad de “La Sapienza” y de la “Lateranense”, así como derecho canónico en Milán. Llamado a prestar servicio en el cuerpo diplomático de la Santa Sede, aceptó, no sin esfuerzo y cierta sorpresa, la voluntad de Dios que así se le manifestaba. En 1923 fue enviado a la Nunciatura Apostólica de Varsovia, pero debido a su delicada salud, al año siguiente regresó a Roma y entró al servicio de la Secretaría de Estado.
Compaginaba su trabajo en el Vaticano con su tarea pastoral como asistente eclesiástico del círculo romano de la FUCI y profesor de historia de la diplomacia pontificia en la Universidad Lateranense. Fue muy apreciado por los papas Pío XI y Pío XII por su trabajo al servicio de la Santa Sede, y el 13 de diciembre de 1937, fue nombrado Sustituto de la Secretaría de Estado. En estos años procuró cuidar su ministerio sacerdotal y de guía espiritual de los jóvenes; practicó la caridad en los barrios romanos y fundó varias Conferencias de San Vicente.
Durante la segunda guerra mundial se ocupó de la ayuda a los refugiados y judíos, y dirigió la Oficina de Información del Vaticano. Cuando terminó el conflicto, colaboró en la fundación de la Asociación Católica de Trabajadores Italianos (ACLI), siguió con interés la experiencia de nuevos movimientos políticos de los católicos, y reforzó los primeros pasos de las organizaciones internacionales del laicado.
El 1 de noviembre de 1954 fue nombrado Arzobispo de Milán. En su vasta y compleja diócesis buscó nuevos caminos de evangelización para hacer frente a la creciente inmigración y a la difusión del materialismo y de la ideología marxista, sobre todo dentro del mundo del trabajo. El 15 de diciembre de 1958, fue promovido a la dignidad cardenalicia por san Juan XXIII, del que era amigo desde 1925, cuando era Patriarca de Venecia. Participó activamente en los trabajos del Concilio Vaticano II desde la etapa preparatoria.
El 21 de junio de 1963 es nombrado papa tomando el nombre de Pablo VI. Lleva a conclusión los tres períodos del Concilio Vaticano II, no sin grandes dificultades, animando la apertura de la Iglesia al mundo moderno y la fidelidad a la tradición apostólica, buscando siempre la unidad entre los participantes.
Comenzó la costumbre de los viajes apostólicos y se acercó a todos los continentes, empezando por Tierra Santa, donde tuvo lugar el histórico encuentro con el patriarca ortodoxo Atenágoras. Algunas de sus encíclicas más importantes fueron Ecclesiam suam (1964), Mysterium fidei sobre la Eucaristia (1965), Populorum progressio (1967) sobre el desarrollo de los pueblos; Humanae vitae (1968) sobre el matrimonio y la regulación de los nacimientos. Después del Concilio se empleó en aplicar sus reformas e instituyó la Jornada Mundial por la Paz, el 1 de enero.
Persona de carácter sensible, delicado y reservado, humilde y gentil, con un ánimo confiado y sereno, y excepcional sensibilidad humana. Hombre de espiritualidad profunda, basada en la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia y los místicos, manifestó una fe fuerte, una esperanza indomable, una caridad cotidiana vivida con discreción y sobriedad personal. Su oración, enraizada en la Palabra de Dios, en la liturgia, en la adoración al Santísimo Sacramento, se fundaba en Cristo, corroborada por una veneración significativa y ejemplar a la Virgen Madre.
Sufrió mucho por las crisis que afectaron a la Iglesia en los años del post-concilio pero respondió con una valiente transmisión de la fe, garantizando solidez doctrinal en un período de cambios ideológicos (Año de la fe 1967-68 y Credo del Pueblo de Dios, 1968). Manifestó una gran capacidad de mediación en todos los campos, fue prudente en las decisiones, tenaz en la afirmación de los principios, comprensivo hacia las debilidades humanas.
Preocupado por los jóvenes desde los comienzos de su ministerio, les indicó los caminos de la alegría de la fe (Exhortación apostólica Gaudete in Domino, 1975). Asimismo, les procuró el de la “civilización del amor” (Año Santo 1975).
Murió en Castelgandolfo el 6 de agosto de 1978, fiesta de la Trasfiguración del Señor, después de una breve enfermedad, mientras recitaba el Padre Nuestro. Había escrito un Pensamiento para la muerte y un Testamento que son una obra maestra de espiritualidad y amor a la Iglesia. Benedicto XVI declaró la heroicidad de sus virtudes el 20 de diciembre de 2012.
Al concluir la Misa de beatificación, con el rezo mariano del Angelus, el papa Francisco señaló dos características importantes del nuevo Beato, su zelo misionero y la actualidad de la encíclica Evangelii nuntiandi, en especial en este día en que se celebra la Jornada Misionera Mundial, por último, destacó su gran amor a María que le llevó a proclamarla “Madre de la Iglesia” el 21 de noviembre de 1964, al concluirse la tercera sesión del Concilio Vaticano II, hace cincuenta años.
Durante la ceremonia fue expuesta como reliquia, la camiseta ensangrentada por el atentado que sufrió en el aeropuerto de Manila. Esto sucedió en su viaje a Filipinas en 1970.
Nos encomendamos de modo especial al nuevo Beato para que nos transmita su amor a la Iglesia, a trabajar y sufrir por ella, como él mismo lo hizo.
TENEMOS UN BEATO MÁS QUE DESDE LA IGLESIA TRIUNFANTE NOS AYUDARÁ CON SUS INTERSECCIONES Y ORACIONES A NO DEJARNOS AVASALLAR POR LAS VICISITUDES DE LA VIDA Y LOS TIEMPOS MODERNOS DE TECNOLOGÍA