EL DIALOGO entre los HERMANOS

01/06/15

conversatorio judaismo cristianismo

EL DIALOGO ENTRE LOS HERMANOS
a propósito de los conversatorios realizados en la UCSS

Prof. Pedro P. Soto Canales
Coordinador y docente del área de Historia.

Deseo ser breve y para ello quiero solamente expresar algunas ideas en torno a una palabra que forma parte del título del conversatorio, me refiero a la palabra DIÁLOGO.

El 28 de octubre de 1965, se dio en la historia contemporánea de la Iglesia Católica –y posteriormente también lo compartirá la comunidad judía – una nueva orientación a las relaciones entre cristianos y judíos, buscando de esta manera “el mutuo conocimiento y aprecio” entre ambos.

Dicha orientación quedará registrada en el numeral cuatro de la Declaración Conciliar Nostra Aetate y para ello se propone dos medios para conseguirlo, mediante “los estudios bíblicos y teológicos y el diálogo fraterno”.

A puertas de celebrar en el 2015, cincuenta años de la aparición de dicha Declaración Conciliar, considero oportuno recordar el significado que tiene la palabra DIÁLOGO para nuestro propósito, para ello he elegido las recomendaciones elaboradas en 1974 por la Comisión de la Santa Sede para las relaciones con el Judaísmo, al respecto dicho documento considera que “entablar un verdadero diálogo, presupone un deseo mutuo de conocerse y de ampliar e intensificar este conocimiento [siendo la condición] respetar al interlocutor tal como es y sobre todo, su fe y sus convicciones religiosas”.

Podemos ver que en el último capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles (28, 21-25) se nos presenta un claro ejemplo de lo anteriormente mencionado: al reunir Pablo a los principales de la comunidad judía de Roma se abre un diálogo y por parte de estos últimos surge una inquietud: “Nosotros no hemos recibido de Judea ninguna carta que nos hable de ti […]. Pero deseamos que nos digas personalmente lo que piensas”. El encuentro finaliza con una despedida respetuosa entre ambas partes, veinte siglos más tarde dicho encuentro volverá a repetirse cuando San Juan Pablo II visite el 13 de abril de 1986 la Sinagoga de Roma y en su discurso resalte el lazo de fraternidad que debe de existir a partir de una expresión que ha pasado a la historia como un reconocimiento del mundo católico a la comunidad judía: “La religión judía no nos es extrínseca, sino que en cierto modo, es intrínseca a nuestra religión. […]. Sois nuestros hermanos predilectos y en cierto modo se podría decir nuestros hermanos mayores”.

Y es que de eso se trata el diálogo entre cristianos y judíos, debe ser un espacio de conversación en común, y aunque existan opiniones diferentes la finalidad debe ser: aprender del otro. No podemos ir al encuentro del “hermano mayor” y viceversa con el prejuicio o temor de cambiar nuestra fe, debemos de ir con la esperanza de cambiar nuestra actitud frente al otro.

Finalmente – y con esto termino- el diálogo debe encaminar a tomar un “compromiso compartido” retomando nuevamente a San Juan Pablo II: “En una sociedad frecuentemente extraviada en el agnosticismo y el individualismo, y que sufre las amargas consecuencias del egoísmo y de la violencia, judíos y cristianos son depositarios y testigos de una ética marcada por los diez mandamientos, en cuya observancia el hombre encuentra su verdad y su libertad”.

Las palabras del Santo Padre, no hace otra cosa que recordarnos aquella tarea que encontramos tanto en la tradición cristiana como judía y que es: SER TESTIGOS DE DIOS EN EL MUNDO. Tarea que nos recuerda las palabras de Jesús registradas en el Evangelio de Mateo (5,21): “No solamente el que me diga Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” y como también se les recuerda en el Pirket Avot o “enseñanzas de los maestros” a nuestros hermanos judíos: “lo esencial no es la teoría sino la acción y todo aquel que habla demasiado comete pecado”.

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